“Nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de a letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica” (2 Cor. 3:5, 6).
El Consejo Evangélico de Madrid ha avisado a la Iglesia Evangélica Española que si no rectifica su postura a favor de la homosexualidad, se verá con la obligación de expulsar la denominación de su organización. La respuesta de la IEE ha sido ratificar su postura y defenderla con la frase siguiente: “Nuestro pecado consisten en tomar partido a favor del ser humano, defender sus derechos dentro y fuera de la puertas de la iglesia (…), no estar apagados a la letra, sino al espíritu de las Escrituras”. Vamos a examinar esta última frase: “no estar apagados a la letra, sino al espíritu de las Escrituras”.
Con esta frase reconocen que la Biblia enseña claramente en contra de la homosexualidad. No lo cuestionan. Es muy difícil de cuestionarlo con textos como, por ejemplo: “Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (Romanos 1:26, 27). Esto está claro. Esta es la letra de la ley. ¿Y cuál es el espíritu de esta ley? La santidad. La hermosura de la relación sexual como fue intencionada por Dios. El amor entre un hombre y una mujer. Pero para ellos, el espíritu de la ley es algo muy diferente.
Para ellos, al decir “el espíritu de las Escrituras” incluyen toda la Biblia, no solo la ley ética, sino el ámbito que respira la totalidad de la Palabra de Dios, como si la ley tuviese un espíritu y la enseñanza de Jesús otro. Para ellos el “espíritu de las Escrituras” es el amor tolerante. Para el resto de la iglesia evangélica el Espíritu de la Biblia es el Espíritu de Dios, el que inspiró las Escrituras, el Espíritu Santo. Él es el Espíritu de Santidad, por esto se llama “el Espíritu Santo”. “Santo” significa apartado, apartado del mundo, de su vida y mentalidad. Dios es el que defina la santidad. El Espíritu Santo es el Espíritu de los frutos del Espíritu, que son amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, y templanza. El resultado de su obra es una vida de pureza.
No hay conflicto entre la letra de la ley y el espíritu de la ley, a no ser que se separen, cosa que Dios nunca hace. “El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz”(Gen. 1: 2, 3). El Espíritu se movía y Dios habló la Palabra. La Palabra de Dios es la Ley de Dios. El Espíritu de Dios sopla vida a la Palabra de Dios y esta Palabra vive, siempre. El Espíritu de las Escrituras ilumina, vivifica, activa, aplica, la Palabra y nos da el poder para obedecerla. La letra de la Palabra y el Espíritu de la Palabra forman un dúo que siempre trabajan juntos. La IEE los separa para justificar la homosexualidad. Pone la ley de Dios en contra de Dios, como si su ley fuese severa, inhumana, pero su Espíritu bueno. La Palabra sin el Espíritu está muerta. La Palabra es Jesús y el Espíritu es el Espíritu Santo. No se puede dividir a Dios. La letra de las Escrituras es Jesús, el Verbo, y el Espíritu de las Escrituras es el Espíritu Santo. Con la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios vivimos una vida de santidad conforme a la voluntad de Dios.