“Airaos, pero no pequéis” (Efesios 4:26).
Si no nos enfadamos nunca, mal. Si nos enfadamos y nos descontrolamos, mal. Si vemos a una persona que pretende ser creyente haciendo o diciendo lo que no debe, la reacción correcta es corregirle y intentar restaurarle: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gal. 6:1). Tenemos que estar muy pendientes de que no estemos en un terreno abonado para ser tentado a pecar, porque meternos en el terreno del enemigo es caer en pecado. ¡Lo más seguro es que estaremos tentados a explotar! El pecado del otro nos pone en una situación de tentación. ¡Alerto!
¿Qué vamos a hacer cuando nos encontramos delante del pecado de otro? Hay una gama de posibilidades:
1. Enfadarnos y caer en pecado también. Podemos caer en el pecado de pasarnos con una reacción desmesurada, de decir demasiado, insultar, hasta caer en la violencia verbal o física, o castigarle de alguna manera.
2. Podemos reaccionar internamentecon resentimiento, amargura, pensar cosas feas, odiar, o descalificar al otro en nuestro pensamiento, pero no decir nadani hacer nada, o simplemente cortar la relación con esta persona, todas cosas que estropean nuestra comunión con el Señor.
3. Podemos justificar al otro, o hacer ver que aquí no pasa nada, que todos somos pecadores, y que, por lo tanto, no tenemos el derecho a juzgar a nadie.
4. Otra reacción es corregirle. Para corregirle, tenemos que estar controlados. Esto es muy difícil de conseguir si acabamos de ver algo que nos ha molestado muchísimo. Si la cosa nos ha sacado de quicio, ¿cómo vamos a corregir al otro “con un espíritu de mansedumbre”?,o ¿cómo vamos a tener ganas de restaurarle? ¿Qué vamos a hacer si rehúsa reconocer que lo que ha hecho está mal?
El texto dice que el otro ha sido “sorprendido en alguna falta”. Tiene un fallo de carácter. Es algo que para él es normal, porque forma parte de su manera de actuar. Es una cosa que hace habitualmente. Es como es. Puede ser que le hayamos hablado de esta falta muchas veces, pero que no quiere cambiar. En tal caso, ya hemos cumplido con nuestra parte. No podemos hacer nada para cambiar a una persona que no quiere cambiar. En tal caso: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todo los hombres” Rom. 12:18).
Es necesario confrontar. Es necesario hablar la verdad. Es necesario corregir, y es necesario intentar restaurar, pero sobre todo, en cuanto a nosotros mismos, es necesario tener dominio propio. No dejemos que el pecado del otro nos provoque a pecar. No queremos ser vencidos de lo malo en otra persona (Rom. 12:21). No queremos vengarnos o castigar a esta persona que ha cometido una falta que nos ha provocado a ira: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Rom. 12:19). Vamos a dejar que Dios trate el asunto. Él hará lo que es justo. Con calma, hagamos lo que está en nuestro poder, y dejemos el resto con Dios que sabrá cómo tratar a nuestro hermano.