“Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos” (1 Juan 1:7, 8).
A veces se oye la expresión: “Perdona, si en algo te he ofendido”. Pero estas palabras no resuelven nada, porque no reconocen ninguna ofensa. Más bien acusan a la otra persona de ser demasiado sensible, de haberse ofendido sin causa. En realidad están diciendo: “Si te he ofendido, no sé en qué; a mí no me parece que tienes razón al sentirte ofendido, pero por tu actitud veo que algo te ha sentado mal, y quiero que lo olvides para que no haya ningún problema entre nosotros”. Y con esto la persona que lo ha dicho piensa que todo está arreglado. Espera que la otra persona diga: “No pasa nada”, y que todo vuelva a la normalidad. Pero lo que ha pasado es que se ha creado más distancia entre las dos personas.
El orgullo está detrás. La persona que ha hablado no quiere reconocer su falta. No quiere reconocer que su conducta ha ofendido. No quiere que la otra persona le diga en qué le ha ofendido, o sea, qué ella haya hecho para ofenderla.
Si el ofensor realmente quiere saber la verdad para rectificar su conducta, preguntará: ¿Te he ofendido? ¿Qué he hecho que te ha sentado mal? ¿Qué piensas que debería de haber hacho? Esto requiere humildad. Ya no estás a la defensa, sino abierto y vulnerable para recibir la verdad y ser corregido. Estás escuchando con disposición de cambiar. Vas a considerar seriamente lo que la otra persona está diciendo.
Si eres sensible y te pones a llorar como si fueras la víctima, o defenderte atacando, o enfadarte, nadie te va a decir la verdad. ¿Para qué decir algo a alguien que va a reaccionar así? Y el resultado será que sigues ofendido, y la gente se alejará de ti, y no sabrás por qué. Pensarás: “Después de todo lo que he hecho para ayudar, ¡y mira como me tratan!”. Y tendrás mucha pena de ti misma, resentimiento, y dificultades en tus relaciones con otros, y soledad. La persona madura quiere saber en qué ofende para no ir cerrando puertas.
Hay ofensas necesarias. Cuando alguien te corrige con mucho amor, tacto y en el momento adecuado, y tú te ofendes, esto ya no es culpa del otro, sino tuya. Serás ofendido si no quieres saber la verdad acerca de ti mismo. El Señor dijo:“Bienaventurado es el que no halle tropiezo(no se ofenda) en mí”(Mat. 11:6). Cuando Él no contesta tus oraciones como tú quieres, ¿te ofendes? Algunos, sí. Cuando Dios actúa en maneras que no entiendes, ¿te ofendes? La otra reacción será confiar en Él, en su sabiduría, aunque no entiendas. Esto requiere la humildad de reconocer que Dios sabe más que tú. Cuando te acusa de un pecado, ¿cómo reaccionas? ¿Defendiéndote? ¿Negándolo? ¿Justificándote? ¿O humillándote y reconociendo que así eres, confesándolo y cambiando? Si en algo le hemos ofendido al Señor, Él nos lo hace saber. El Espíritu Santo nos convence de pecado. Nuestra consciencia nos acusa. Y la relación sufre. La buena noticia es: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).“Todos ofendemos muchas veces” (Sant. 3:2). ¡Qué nuestras ofensas sean campo de cultivo para cambiar y crecer en santidad!