LO AGRIDULCE DE LA NAVIDAD

“Pero no habrá siempre oscuridad por la que está ahora en angustia… porque un Niño nos es nacido” (Isaías 9:1, 6).

            “Lo agridulce de la Navidad”. Así fue el título que mi marido dio a un mensaje navideño el domingo pasado. La primera Navidad tuvo sus momentos dulces y otros muy amargos; fue un fiel reflejo de la vida misma que incluye una buena dosis de las dos cosas. Hubo la milagrosa dulzura del nacimiento del Niño, largamente esperado y, a la vez, la tremenda amargura de la muerte de los niños de Belén. El mensaje de mi marido coincidió con la triste noticia de la muerte de un niño de dos años por un accidente casero, hijo de unos amigos de la familia. Y esto nos llevó de vuelta a Belén: “Herodes, al verse burlado por los magos, se enfureció sobremanera, y enviando soldados, mató a todo los niños menores de dos años en Belén, y en sus alrededores, conforme al tiempo que particularmente había indagado de los magos” (Mat. 2:16).

            La Biblia no nos cuenta lo que sentía María en esos momentos cuando supo que todos los niños de Belén estaban muertos menos el suyo. Él vivía porque Dios le había dado aviso a José que Herodes estaba buscándole para matarlo. José había cogido al niño y a su madre y la familia había huido a Egipto. Allí estaba a salvo, de momento, pero más adelante sufriría una muerte peor que la de los bebés de Belén, muerte por crucifixión, para salvarnos de nuestros pecados. Un día cuando lleguemos al Cielo encontraremos a todos estos bebés de Belén que fueron salvados por la muerte del solo Niño que había sobrevivido a la masacre de Herodes.

            Pero, mientras tanto, había mucho llanto en Belén:“Cumpliose entonces lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Una voz fue oída en Ramá, llanto y gran lamentación: Raquel llorando por sus hijos, y no quería ser consolada, porque perecieron” (Mat. 2:17, 18). Belén era un pueblo pequeño. Todo el mundo se habría conocido. María habría tenido relación con todas las madres que tenían niños pequeños como el suyo. Algunas de las madres habrían sido íntimas amigas suyas. Conocería los nombres de sus hijos. Algunos ella misma habría tenido en brazos. Ahora estaban todos muertos y las madres desoladas. La muerte de un niño tiene que ser una de las cosas más tristes en este mundo.

            Una cosa que sabemos de los cielos nuevos y la tierra nueva es que:“Y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor. No habrá más allí niño que muera de pocos días” (Is. 65:19, 20), porque no habrá más muerte. La Navidad señala el comienzo de una nueva fase de nuestra salvación, porque nació el niño que “traerá salvación en sus alas”. “Por la noche dura el llanto, pero al amanecer  viene la alegría” (Salmo 30:5). Su nacimiento marcó el amanecer del día de salvación.