“Y sabréis que Yo soy Yahvé, cuando os trate como exige mi Nombre, no según vuestros malos caminos ni vuestras obras perversas, oh casa de Israel, dice Adonay Yahvé” (Ez. 20:44).
“Cuando os trate como exige mi Nombre”.¿Cómo exige el Nombre de Dios que nos trate? Su Nombre es su Carácter. Dios es fiel, justo, y santo. Si no cumple su promesa de darle a Israel la tierra, no es fiel. Si permite que vivan en ella cometiendo actos abominables, no es santo. Si no los destruye por su pecado no es justo. ¿Cómo puede Dios cumplir con todo lo que su Nombre requiere? Su testimonio entre las naciones está en juego. Ellas están mirando a Israel para saber cómo es su Dios. El propósito de Dios siempre era que Israel fuera luz a las naciones. Si no lo consigue por las buenas, como diríamos nosotros, lo consigue por las malas. Si Israel no se comporta para reflejar la santidad y justicia de Dios, Dios los tiene que castigar para que las naciones vean su justicia.
A la luz de todas las naciones Dios no salva a su pueblo de la invasión babilónica. Entonces las naciones pueden pensar que Dios es débil, impotente, que los dioses de babilonia son más fuertes. Si los libera de esta invasión, pensarán que a Dios no le importa el pecado, que Dios es injusto, que deja a una persona pecar todo lo que le da la gana, y no pasa nada. Si Dios los destruye y los mata a todos por la espada del rey Nabucodonosor, pensarán que Dios es justicia sin amor y misericordia. Y pensarán que les prometió la tierra de Israel, que era capaz de sacarles de Egipto, preservarles en el desierto, ayudarles a conquistar a los cananeos, pero que no era capaz de conseguir su amor y lealtad y convertirles en un pueblo santo. Así que Dios tiene un problema. ¿Cómo va a ser fiel a su amor, justicia, fidelidad y santidad, sin sacrificar una parte de su naturaleza?
Este es el dilema que Dios ha tenido desde el comienzo de la historia humana, con el pecado de Adán y Eva. Si los mata, ha hecho la Creación para nada. Si los perdona, el pecado le da igual. En cualquier caso el diablo ha ganado. Los ha inducido a rebelarse en contra de Dios y ponerse de su parte. Si los mata por su rebeldía, el diablo se ríe en la cara de Dios. Le ha arrebatado sus criaturas. Al diablo no le importa si mueren, lo que le importa es desafiar a Dios, frustrar sus planes, y llevarse a lo Suyo. Si después mueren, da igual.
¿Qué hizo Dios? Sacrificó un animal y cubrió la desnudez de Adán y Eva con la piel del animal. Y es lo mismo que ha hecho con su propio Cordero. Lo mató y nos ha revestido con la ropa de su justicia. ¿Y qué hace con su pueblo rebelde? Los saca fuera de la tierra prometido de la misma manera que sacó a Adán y Eva fuera del Paraíso. No volverían hasta Cristo. Tienen que ir al desierto, y allí el Señor los purifica. Aprenden a edificar altares, y lo enseñan a sus hijos, Caín y Abel. Uno lo aprendió, bien, el otro no. Más tarde, Dios dio a su pueblo el sistema de sacrificios del tabernáculo y luego del Templo, pero ellos eligieron la idolatría de las naciones. Tiene que sacar la idolatría de sus corazones. Esto es lo que Dios hizo por medio de la destrucción de Jerusalén, la cautividad y el retorno a la tierra. Así Dios mostró su santidad, justicia y fidelidad y amor y lealtad a las naciones, y consiguió un pueblo arrepentido que le serviría en justicia y verdad. Y así glorificó su Nombre ante las naciones y fue fiel a Sí Mismo. ¡Gloria a su santo Nombre para siempre, amén!