“José su marido, como era justo…” (Mateo 1:19).
El Señor escogió a José con mucho cuidado. El papel que él tuvo que desempeñar en la vida de Jesús era sumamente difícil y requería a una persona totalmente responsable, porque la supervivencia del eterno Hijo de Dios, hecho un Bebé indefenso, descansaba en sus manos. Iba a colaborar con Dios en una empresa peligrosa y difícil de entender. Tenía que ser fiel, valiente, fuerte, sabio, justo, piadoso, temeroso de Dios, sensible al mundo espiritual, conocedor de las Escrituras y de Dios, capaz de reconocer la voz de Dios y obediente, dispuesto a pagar un precio altísimo cada vez que Dios le dirigía a hacer algo. En José, Dios encontró a su hombre.
La primera cosa que Dios pidió de él era que creyese que su prometida estaba embarazada por un acto único de Dios en la historia de mundo y que se casara con ella, compartiendo su escandalosa vergüenza, pues a todas luces parecía que ella le había sido infiel. Esto afectó la reputación de José muy directamente. Quedó o bien como tonto, o bien como inmoral. Tuvo que tener una fe tremenda en Dios cuando el Señor le habló en sueños y le dijo:“José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (v. 20, 21). José creó a Dios y recibió a María como su mujer. Esto en sí es un acto de fe y humilde obediencia a lo que él discierne es la voz de Dios.
Luego cuando hacía el viaje a Belén con su mujer a punto de dar a luz, tuvo que haber sido un desafío tremendo a su fe. Tuvo que creer que llegarían a Belén con bien para que el Niño naciese allí en cumplimiento a las Escrituras. Esto resolvería sus dudas al respecto cuando parecía que el Niño iba a nacer en Nazaret, cosa que no podía ser, pero le complicaba la vida por otro lado, porque tuvo que proteger y cuidar a su mujer por el viaje y creer que llegarían a tiempo. Luego tuvo que proteger al Niño.
Después de nacer al Niño él les habría buscado una casa en Belén donde vivir. ¡No iban a quedar en el establo! En esta casa estaban cuando recibieron la visita de los magos y allí estaban cuando la voz de Dios le volvió a hablar: “Levántate y toma la niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allí hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo” (2:13). José tuvo que hacer otro viaje de fe, también difícil. Tuvo que creer que era Dios quien le había hablado, que era cierto que Herodes quería matar al Niño, y que estaba en medio de una guerra cósmica, con Satanás en contra de Dios, por un lado, y él contra Herodes por otro. Las vidas de todos estaban en peligro. El viaje no iba a ser fácil con un niño pequeño. Tendrían que salir inmediatamente, antes de que se despertase el pueblo de Belén, y emprender el largo caminata a lo desconocido.
No se sabe exactamente cuánto tiempo estaban en Egipto, pero cuando José recibió el orden de volver a Israel, allí estaba, preparado a obedecer, confiando en Dios, responsable y sensato como siempre, a la altura de lo que Dios pedía de él, viviendo para el bien del Niño, dedicando su vida a su cuidado, ajustándose a lo que pedía Dios de él para el bien su pequeño “hijo”, creyendo que este Niño era, como el ángel le había dicho, Dios en carne humana, el Mesías de Israel.