¿ESPERANZA O AMARGURA?

“Nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni ojo ha visto a Dios fuera de ti, que hiciste por el que en él espera” (Is. 64:4, R.V.).

“Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en Él” (BTX).

            Cuando una relación de amistad se rompe por algo que funciona mal en uno de los amigos, ¿qué actitud asumimos? Podemos reaccionar de una de dos maneras: con amargura o con esperanza. Si perdemos toda esperanza y dejamos por imposible a la otra persona, si tiramos la toalla y creemos que no tiene arreglo y jamás lo tendrá, nos entra una especie de amargura. Es la amargura que sentimos cuando algo se rompe sin arreglo. Ya no hay nada que hacer. Lo tiramos a la basura y compramos otro. Es la amargura que siente un niño cuando un juguete suyo se rompe.

            La otra forma de reaccionar es esperar en Dios. Dios obra por los que esperan en Él. La relación está rota, pero no estamos amargados, porque estamos esperando que sea restaurada sobre otra base, la de la verdad, la humildad y la contrición. Dice el Señor:“Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2). En otra versión dice: “al que es contrito y humilde de espíritu”.  Dios solo puede relacionarse con el que es contrito y humilde de espíritu y que respeta su palabra. Con la persona que no quiere reconocer sus faltas, con el orgulloso, y el que no se aplica la Palabra a su caso, con éste Dios no puede tener mucha intimidad. Nosotros tampoco.

            No podemos tener una relación profunda con una persona que no es honesta, que no es de fiar, que no cumple, que no es una persona de su palabra, ni con la persona que es orgullosa, que siempre tiene razón, que manipula, que busca peleas, que es conflictiva, controladora, o mandona. Más pronto o más tarde terminamos apartándonos de esta clase de personas. Pero como creyentes, no lo hacemos con amargura y desilusión, dejándolas por imposibles, sino con confianza en Dios, creyendo que Él puede quebrantarlas y hacer posible una relación buena con esta persona. No dejamos por imposible a nadie; esperamos que Dios haga una obra en esta persona. Perdonamos, seguimos orando por ella y amándola, creyendo que Dios tiene sus métodos para cambiarla. Y es esta esperanza la que nos guarda de la amargura y mantiene viva la posibilidad de una reconciliación futura.