“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombre; y se llamará su nombre admirable Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto”(Is. 9:6, 7).
Los judíos tenían toda la razón cuando esperaban a un glorioso Rey como Mesías. ¿No lo habían dicho los profetas? Así estaba profetizado en los salmos. Pero habían acertado solo la mitad. La otra mitad es que tenían que haber estado esperando al Siervo de Jehová, a un esclavo, una persona humilde, en la parte más baja del escalón humana. ¿Cómo se pueden combinar estas dos cosas? ¡Jesús de Nazaret lo hizo de forma brillante!
“Así dice Yahvé: los cielos son mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿Dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde está el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas ellas llegaron a existir, dice Yahvé. Pero Yo miraré al pobre y humilde de espíritu, y que tiembla ante mi palabra” (Is. 66:1, 2). Dios es Alto y Sublime, el Creador, y tiene comunión con el humilde de espíritu. Esto lo hizo al tomar forma humana.
El Salmo revela la majestad del Señor Jesús:“Dirijo al Rey mi canto. Eres el más hermoso de los hijos de los hombres… ¡Cíñete tu espada sobre el muslo, oh Valiente! ¡Cíñete de gloria y majestad! ¡Cabalga en tu majestad, y triunfa por causa de la verdad!… Pueblos caerán debajo de ti; tus saetas agudas penetrarán en el corazón de los enemigos del Rey. Tu trono, oh ‘Elohim, es eterno y para siempre. Cetro de equidad es el cetro de tu reino… Mirra, áloe y casia exhalan todo tus vestidos, desde los palacios de marfil te alegran instrumentos de cuerda…” (Salmo 45). No hay duda en cuando a la gloria de este Rey.
Pero luego hay una serie de otros textos que revelan el otro lado de su identidad. “He aquí me Siervo, a quien yo sostengo; mi escogido, en quien su complace mi alma”(Is. 42:1). Así le presenta el Padre a la humanidad a su amado Hijo y con estas palabras le anunció en su bautismo (Ma. 3:17). Él es el Siervo.“Yahvé me llamó desde el vientre; desde las entrañas de mi madre tuvo en memoria mi nombre… Y me dijo: Israel, tú eres mi siervo, en ti me glorificaré” (Is. 49:1-3). El siervo fue obediente: “Adonay Yahvé me abrió el oído, y no fui rebelde, ni me volví atas. Ofrecía mis espaldas a los que me azotaban… No aparté mi rostro de injurias y escupitajos” (Is. 505-7).
Supremamente vemos su humildad en la muerte que le tocó. “He aquí, mi Siervo hará actuar sabiamente. Así será desfigurada su apariencia, más que la de cualquier hombre” (Is. 52:13, 14). “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto. Escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y lo tuvimos por nada. El mismo cargó con nuestras enfermedades y llevó nuestros dolores; y nosotros lo consideramos como herido, azotado y humillado por ‘Elohim” (Is. 53:3, 4). Aquí le tenemos, el Siervo humillado, el Rey desechado.