“Decid a la hija de Sión: he aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre un asna” (Mat. 21: 5).
Jesús, el Rey de la gloria, vino en humildad. Nació como el Rey de los judíos en humildad, se presentó como Rey de Israel en su entrada triunfal en Jerusalén en humildad, y murió como el Rey de los judíos humillado. “Jesús fue llevado delante del procurador, y el procurador le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús dijo: Tú lo dices” (Mat. 27:11). “Y trenzaron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, y pusieron una caña en su diestra; y arrodillándose ante Él, se burlaron, diciendo: ¡Salve, rey de os judíos! Y escupiendo en Él…” (v. 29). Cuando le crucificaron “por encima de su cabeza pusieron escrita la acusación contra Él: Éste es Jesús, el Rey de los Judíos” (v. 37). Decían: “¡Rey de Israel es! ¡Baje ahora de la cruz, y creemos en él!” (v. 42).
En su narración, Juan enfatiza que Jesús fue crucificado porque le rechazaron como Rey de Israel. “Entonces entró Pilato otra vez en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que no fuera entregado a los judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Así que tú eres rey? Jesús respondió:… Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo… Salió otra vez a los judíos… ¿Queréis, pues, que os suelte al rey de los judíos? Gritaron entonces otra vez, diciendo: ¡No a éste! (Juan 18:33-40). “Pilato, pues, tomó entonces a Jesús, y lo azotó… y los soldados le decían: ¡Viva el rey de los judíos! Y dice Pilato a los judíos: ¡He aquí vuestro rey! Entonces ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícalo! Les dice Pilato: ¿Que crucifique a vuestro rey? Respondieron los principales sacerdotes: ¡No tenemos más rey que César!” (Juan 19: 1-3 y 14-16). Israel crucificó a su Rey.
Fue crucificado en humildad y resucitado en gloria, como vencedor triunfante. Le fue dado toda la autoridad y dominio y un reino eterno que nunca le será quitado: “Entonces Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” (Mt. 28:18). ¡Más de lo que el diablo le ofreció si le adorase! (Mat. 4). ¡A Jesús le fueron dados los reinos de este mundo y los del cielo! Fue por medio de la humillación de la muerte de cruz. Tomó el lugar más bajo y le fue dado el lugar más alto: “Se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo… y hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó hasta lo sumo” (Fil 2: 7-9). Así fue profetizado por Daniel: “El Altísimo domina sobre el reino de los hombres, y se lo da a quien le place, y pone sobre él al más humilde de los hombres” (Dan. 4:17).
El Altísimo y el Bajísimo es la misma Persona; el Rey de la gloria es el Rey de Israel que fue rechazado y crucificado; el León es el Cordero. El Alto y Sublime ha buscado la compañía de aquel que fue hecho un gusano por nosotros para que estuviese a su lado eternamente, el más humilde de los hombres. Le resucitó del polvo de la muerte para ponerle en el lugar más alto, para ocupar el Trono del Universo a su diestra eternamente y para siempre. ¡Amén y aleluya, y gloria a su Admirable Nombre eternamente!