“Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lu. 14:11).
Jesús estaba“observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa” (v. 7). ¡El Señor nos observa! Nos está mirando para ver si queremos ser el más importante, o si tenemos un resquicillo de humildad. En esta historia el Señor Jesús estaba observando los fariseos en un convite de bodas, a ver cómo se comportaban, y veía que buscaban honores para sí mismos. Se ve que la costumbre era que la gente se sentaba en la mesa según el rango que ocupaban en la sociedad, los más destacados en los primeros asientos, y la gente normal en los otros. A estos fariseos les alimentaba su orgullo ser reconocidos como importantes en público. Todo el mundo debía tomar nota de su presencia y concederles los honores que creían que les correspondían.
El Señor también observa nuestras iglesias a ver si participamos de este mismo espíritu de los fariseos. Nuestra carne busca el lugar de honor. El mundo alaba a sus importantes. Y ya sabemos que el diablo quiso el lugar más alto. Dijo en su corazón: “Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono… y seré semejante al Altísimo” (Is. 14:13, 14). La carne y el mundo nos enseñan a buscar prestigio. Si lo hacemos, ¡ya sabemos de qué espíritu somos!
El Señor Jesús nos enseña todo lo contrario: “Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él te diga; Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar” (v. 8). Esto no es enseñanza práctica para cuando tenemos que asistir a una boda nupcial, sino algo mucho más profundo. El Señor nos está enseñando a no buscar reconocimiento para nosotros mismos. Es una lección en humildad. La teoría la entendemos, pero cuantas veces nos encontramos ofendidos porque no recibimos el reconocimiento que pensamos que merecemos. Y cuántas veces buscamos el primer lugar. Yo quiero presidir. Quiero ser nombrado anciano o diácono; quiero ser elegida como presidenta de la Unión Femenina, directora de la escuela dominical, quiero lucir dirigiendo la alabanza, quiero que todos me vean allí delante cantando, enseñando, predicando, haciendo una lectura, orando, lo que sea. Si desde el púlpito agradecen a los que hicieron esto o aquello y no sale mi nombre, me ofendo. Conocemos a alguien que dejó la iglesia por este motivo.
El Señor sigue enseñando: “Mas cuando fueres convidado, vé y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga; Amigo, sube más arriba.; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa” (v. 10). ¿Una forma rebuscada de buscar gloria? No. La persona humilde no busca gloria. Y si la recibe, no se le sube a la cabeza, no le es una tentación a vanagloriarse, porque no vive de la opinión se los demás, sino de Dios. Busca Su aprobación, no la de la gente.
El principio que gobierna el universo, desde el Trono de Dios para abajo, es:“Cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”. Satanás se enalteció, fue destituido. Jesús se humilló, fue puesto en el lugar de toda eminencia.“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo”(1 Pedro. 1:6), y este tiempo es cuando la exaltación no es una tentación para nosotros, porque la humildad ya forma parte de nuestro carácter.