“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera?”(Jer. 18:1, 2).
Los judíos del exilio estaban sufriendo bajo la ira de Dios y creían que Dios les estaba castigando injustamente por el pecado de sus padres. Tienen que haber sabido que en la ley de Israel estaba prohibido castigar a los hijos por los pecados de sus padres:“Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado” (Deut. 24:16). Hay unos casos excepcionales en Israel como las de Coré, Datán, y Abiram, en Números 16, y Acán, en Josué 7, pero no era la práctica habitual. La ley estableció que cada uno moriría por su propio pecado. Si los descendentes son castigados es porque han elegido practicar el pecado de sus padres. El presente generación de judíos en Babilonia con Ezequiel, lejos de componerse de víctimas inocentes, era tan culpable como sus padres. Si no asumiesen la culpa, no se sentirían movidos a arrepentirse y no habría ni perdón ni salvación para ellos.
En la sociedad postmoderna no se habla de culpa propia. La culpa siempre es del gobierno, de lo que heredé de mis padres, de los malos tratos que recibí de pequeño, o de Dios mismo. La gente pregunta: ¿Porque permite Dios las cosas tan terribles que están pasando hoy día? Como las permite, es prueba de que no existe. Esta es la forma perniciosa de pensar de nuestra generación, y debido a estos razonamientos perversos tampoco asume la culpa y pide perdón.
Para contestar a estos argumentos Ezequiel cuenta un caso hipotético: es la historia de tres generaciones. El padre era justo, el hijo injusto y el nieto justo. El veredicto divino sobre la vida del padre es: “Este es justo; este vivirá” (v. 9). Del hijo pregunta: “¿Vivirá éste? No vivirá. Todas estas abominaciones hizo; de cierto morirá y su sangre será sobre él”(v. 13). El veredicto sobre el nieto es:“Este no morirá por la maldad de su padre; de cierto vivirá” (v. 17). Esta historia les va a pelo a los exiliados, ¡porque ellos se creían la tercera generación, los justos! Pero Ezequiel les está llevando a ver que ellos en realidad son la segunda, los injustos. Piensan que en el modelo de Ezequiel debería morir el nieto, porque creen que los hijos son castigados por los pecados de los padres, ¡porque piensan que es lo que les pasando a ellos! Dios les está haciendo ver que su caso es muy diferente de lo que ellos piensan: no son víctimas sino culpables.
Esto nos lleva a preguntar: ¿Quién es una persona justa? “Dios ama justicia y juicio” (Salmo 33:5). Esta es una revelación de su carácter. La persona que hace justicia y juicio es aquella que, debido a la fidelidad y lealtad a Dios, procura vivir obedeciendo sus leyes y en conformidad con los valores de la Palabra. No significa perfección moral, sino lealtad y compromiso. Éste complace a Dios. Sale una y otra vez en su Palabra: Salmos 15 y 24; Job 31; Lev. 19. “¿Quién de nosotros morará con el Fuego Consumidor? El que camina en justicia y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencia, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosas malas: éste habitará en las alturas. Tus ojos verán al Rey en su hermosura”(Is. 33:14-17).
Al Rey en su esplendor contemplarán tus ojos; verán una tierra de grandes extensiones. Tus ojos verán a Jerusalén, morada tranquila, tienda permanente, porque el Señor es nuestro Juez, el Señor es nuestro Legislador, el Señor es nuestro Rey. Y ningún habitante dirá: “Estoy enfermo”; pues al pueblo que allí habita le habrá sido perdonada su culpa. Y los redimidos del Señor volverán y entrarán en Sion con gritos de júbilo, alegría perpetua coronará sus cabezas, porque la tristeza y el lamento habrán huido.
Y nosotras respondemos: ¡Amén, sí, ven Señor Jesús!