FALSOS PROFETAS

“Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los profetas insensatos, que andan en pos de su propio espíritu, y nada han visto!” (Ez. 13:3).

            Todo este capítulo está dedicado a los falsos profetas. Es como si se hubiese escrito adrede para los falsos maestros y falsos pastores de hoy. Ellos siguen su propio espíritu, no el de Dios. Dios no les ha enviado a hablar, sin embargo, ¡esperan que su palabra sea cumplida! “Dicen: Ha dicho Jehová, y Jehová no los envió; con todo, ¡esperan que él confirme a la palabra de ellos!” (v. 6). Se han engañado a sí mismos. Un verdadero profeta protege al pueblo de Dios del enemigo. Repara el muro de protección para que no caigan en mano del enemigo, pero éstos solo han recubierto el muro con lodo suelto que no va a impedir ninguna invasión. Dios les dice: “No habéis subido a las brechas, ni habéis edificado un muro alrededor de la casa de Israel, para que resista firme en la batalla en el día de Jehová” (v. 5). Tremendo. 

¿Qué es el muro que habría protegido a Israel de la invasión del imperio más fuerte de la tierra? Dios. Dios podría haber defendido a Israel sin ninguna dificultad. Pero para que Dios les defendiese, ellos tenían que estar en relación correcta con Él, pero no lo estaban por su cruel idolatría, injusticia social e incumplimiento de la Ley de Dios. Estaban alejados de Dios y de su Palabra.

Si los profetas iban a ser fieles a Dios para ayudar a Israel tendrían que haber predicado arrepentimiento, destruir los ídolos, parar el sacrificio de niños a los dioses falsos que iba acompañado de orgías, borrachería y prostitución cultual. Tendrían que ayudar a los pobres, terminar con la corrupción política, el cohecho y el robo, y toda la injusticia. Deberían de haber estado acusando de pecado y predicando en contra de todos estos abusos. En lugar de esto, estaban diciendo que Dios salvaría a Jerusalén ¡porque su Templo estaba allí!  Decían que no habría guerra, sino paz. “Por cuanto engañaron a mi pueblo diciendo: Paz, no habiendo paz” (v. 10). Han construido una muralla falsa que no protegerá a Israel.

Y el pastor hoy día que no avisa su congregación de los peligros y las consecuencias del pecado es igual que estos falsos profetas. Los que aseguran a su gente que tienen paz con Dios, aunque viven alejados de Él, y que se salvarán de todos modos, están engañando a su pueblo. Si les dicen que por su profesión de fe, por tener la doctrina correcta, por asistir a la iglesia y servir en la misma, serán salvos, mientras todo el tiempo sus vidas están llenas de injusticia, amor por el dinero y búsqueda de placeres, han construido una muralla falsa que no los defenderá en la batalla en el día del Señor, en el día de juicio cuando Dios vuelca su ira sobre el pecado. Les han dado falsas esperanzas, y una falsa seguridad.

Dios les confronta: “Por cuanto entristecisteis con mentiras el corazón del justo, al cual yo no entristecí, y fortalecisteis las manos del impío, para que no se apartase de su mal camino, infundiéndole ánimo,…” (v. 22). Dios está en contra de ellos, porque han desanimado al justo, y animado al malo a no dejar su mal camino. El buen pastor fortalece a los justos y avisa a los malos a dejar su mal camino para que no vayan al infierno. Así de claro. El mal pastor les deja tranquilos.