EL EMPEÑO DE DIOS

“Y sabrán que yo soy Jehová” (Ez. 12:15, 16, 20).

Este es refrán que se repite una veintena de veces en el libro de Ezequiel. ¿No lo sabían ya? ¿No eran creyentes los hijos de Israel? Es como si estuviera tratando con un pueblo que ignorase su existencia. Dios está tratándoles como incrédulos que eran. Cuando Israel estaba en Egipto Dios obró una serie de señales y maravillas para que creyesen en Él. Se reveló a través de las diez plagas. Y ahora después de 700 años parece que están tan necesitados de creer en Dios como al principio.

Dios habla de cosas fuertes y dramáticas y catastróficas que Él va a hacer, y dice que cuando hayan ocurrido el pueblo sabrá que Él es el Señor. Predice que el rey tratará de escapar de Jerusalén y será capturado por el ejército enemigo y llevado a Babilonia cautivo, ciego, y allí morirá. Todos sus ayudantes y tropas huirán dejándole solo. “Y sabrán que yo soy Jehová cuando los esparciere entre las naciones y los dispersaré por la tierra. Y haré que unos pocos de ellos escapen de la espada, del hombre y la peste, para que cuenten todas sus abominaciones entre las naciones adonde llegaren; y sabrán que yo soy Jehová… Y las ciudades habitadas quedarán desiertas, y la tierra será asolada; y sabréis que yo soy Jehová” (v. 15, 16, 20). Lo sabrán porque Dios ha actuado, porque ha profetizado, y se ha cumplido tal como Él dijo, y porque Él tiene el poder para determinar lo que sucederá. Por todo esto sabrán que Dios es un Dios justo y soberano, que castiga lo malo y que controla los eventos de la historia. Es para que le teman y crean en Él.

La gente no había creído las profecías de Jeremías, ni las de Ezequiel. Más bien habían puesto su confianza en la palabra de los falsos profetas que les aseguraban que no les pasaría nada. Otros creían que el cumplimiento de estas profecías quedaba en el futuro lejano. Tenían un dicho: “Se van prolongando los días, y desaparecerá toda visión” (v. 22). Dios estaba al corriente de lo que la gente estaba diciendo y ahora habla para asegurarles que estas profecías se van a cumplir muy pronto. Dijo: “Hijo de hombre, he aquí que los de la casa de Israel dice: La visión que éste ve es para de aquí a muchos días, para lejanos tiempos profetiza éste” (v. 27).  La gente necesitaba creer en Dios y creer su palabra.

Dios tiene un pueblo que no cree en Él y que trata su Palabra como si no tuviese nada que ver con ellos. El estado de la Iglesia hoy es muy parecida. Profesa creer en Dios, pero no le teme, ni le obedece, y piensa que las profecías para la venida del Señor quedan para un futuro lejano y no les atañan. Esto, en la opinión del Señor, equivale a no creer en Él. Para llevarles a la fe verdadera, Dios cumplirá muy pronto su Palabra, pero para los habitantes de Jerusalén su cumplimiento significará su muerte por el sitio y la destrucción de la ciudad que eran eminentes, pero entonces será muy tarde para creer. Para los exiliados el cumplimiento de estas profecías pretendía llevarles a una verdadera fe en Dios y en su Palabra, ¡pero a qué precio! Y para nosotros, los creyentes de hoy, que no seamos como ellos, sino que tengamos una fe real en Dios y en su Palabra, tan real que sabemos de verdad que Él es el Señor, y eso, ¡hasta el punto de convencerle a Dios que nuestra fe es autentica!