“Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Tim. 2: 9).
Los valores que salen en estos versículos son los del pudor, la modestia y las buenas obras. La mujer cristiana es discreta, está bien arreglada, pero no llama la atención a sí misma por su forma de vestir. La modestia se entiende de diferentes maneras en diferentes culturas, pero dentro de lo que la moda ofrece, la mujer cristiana busca ropa que le favorece, sin ser exagerada, ni por un extremo ni por otro. Se viste para agradar al Señor, no para seducir con su cuerpo. Evita los escotes, la ropa ajustada, transparencias, y falditas muy cortitas. Tiene consideración de los hombres para no tentarlos a pensar cosas indecentes por su manera de vestirse. Busca peinados atractivas, no las que la dejan fea, no va con esta moda actual de cortes de pelo estrambóticos, peinados de hombre o ropa rota y fea. Dios hizo bella a la mujer, pero el enemigo de nuestras almas quiere verla estropeada. La mujer que teme a Dios se arregla para hacer resaltar su belleza natural. Lo que la Biblia deja claro es que la hermosura de la mujer está más en su carácter y en sus obras, que en su ropa.
“La mujer aprenda en silencia, con toda sujeción, porque no permito a la muer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio, porque Adán fue formado primero, después Eva” (v. 11-13). El orden de Creación es el orden de Dios (1 Cor. 11:3). No cambia con el paso del tiempo.
“Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia” (v. 15). Otros principios que gobiernan la vida de la mujer están nombrados aquí: la maternidad, la fe, el amor, la santidad, el decoro y la propiedad. Esta última es la corrección, no la corrección política, sino la corrección bíblica. ¡A veces no coinciden! Un valor inalterable que tiene es acoplar su pensamiento a la palabra de Dios. En este texto, una vez más vemos que la mujer no tiene que obrar su santificación en grandes empresas, como ser misionera u obrera de tiempo completo, pero aunque lo haga, su esfera de santificación es el hogar donde cría a sus hijos en el temor de Dios. Es resultado es una mujer femenino, maternal y práctica, un ejemplo de fe, amor y santidad.
“Asimismo, vosotras mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que también los que no creen a la palabra sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 3:1, 2). Aquí tenemos los principios cristianos de la consistencia, la pureza y la reverencia. La mujer que profesa fe vive como una persona que profesa fe. Es consecuente, consistente, coherente. Sus acciones hablen más fuertes que sus palabras, pero, en todo caso, dicen lo mismo: glorifican a Dios. Es reverente siempre, en el culto y fuera de él, porque vive siempre delante de Dios.“Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el de corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (v. 3, 4). Valora la hermosura, pero esta procede no de ropa cara, peinados llamativos, o joyas valiosas, sino de su personalidad, su interior. Tiene la belleza perenne de un espíritu tranquilo, pacifico, y bondadoso.