“Alegraos con Jerusalén, y gozaos con ella, todos los que la amáis; llenaos con ella de gozo, todos los que os enlutáis por ella; para que maméis y os saciéis de los pechos de sus consolaciones, para que bebáis, y os deleitéis con el resplandor de su gloria. Porque así dice Jehová: He aquí que yo extiendo sobre ella paz como un río, y la gloria de las naciones como corriente que se desborda; y mamaréis, y en los brazos seréis traídos, y sobre las rodillas seréis mimados. Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo” (Isaías 66:10-13).
Estamos anticipando el día feliz cuando se cumplirán estas hermosas profecías del retorno de nuestro Señor y el establecimiento de la eterna Jerusalén donde recibiremos eterno consuelo. El Señor identifica el lugar donde vamos a recibir este anhelado consuelo como Jerusalén: “en Jerusalén tomaréis consuelo”. La hemos amado, hemos vistos los estragos de sus guerras interminables a lo largo de los siglos de la historia humana, asediada, destruida a filo de espada, reedificada y vuelta a destruir. Ha sufrido el hambre, la pestilencia, los bombardeos y el destierro de sus hijos, esparcidos por el mundo entero. La santa ciudad ha desaparecido del mapa y ha vuelto a aparecer. Es el símbolo del pueblo de Dios, es la ciudad de Gran Rey, el Perfecto hijo de David, que volverá para reinar para siempre. El mundo espera este día cuando iniciará su reino de paz y justicia, cuando todas las naciones vivirán reconciliados en paz y bienestar bajo un gobierno benigno de justicia y paz.
“Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de la moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana… Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamientos en la tierra. Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego. Estad quietos y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra” (Salmo 46: 4,5, 8,10) “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apoc. 22:20).
Saludad el esplendor de la feliz mañana de Sión.
¡Gozo a las tierras que en tinieblas han yacido!
Silenciados los acentos de tristeza y luto,
Sión en triunfo comienza su reino de paz.
Salud el amanecer de la feliz mañana de Sión,
Largo tiempo anunciado por los profetas de Israel;
Saludad a los millones de esclavos que vuelven,
Gentiles y judíos la bendita visión contemplad.
Ved, en el desierto hermosas flores brotando
Riachuelos copiosos fluyendo por verdes prados;
Desde las montañas sueñan voces en alabanza
De verdor revestidos los desiertos levantan su canción.
Ved, desde todas las tierras y las islas del mar,
Alabanzas al Salvador ascienden a lo alto;
Caídas las armas de guerra y bullicio,
Gritos de salvación rasgan los cielos; ¡cantad!