“Apartado de los pecadores” (Heb. 7:26).
Hablando del Señor Jesús, el autor de la carta de los hebreos dice que era “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos”. Vamos a fijarnos en la frase:“apartado de los pecadores”. Nuestro primer pensamiento es: Claro, no era como ellos, pero al seguir meditando en ello, pensamos: Sí, pero vivía rodeado de pecadores. Siempre estaba con pecadores, pero no era uno de ellos. Tenía muy poco en común con ellos. Pero los amaba y quería alcanzarlos para Dios.
Cuando Mateo invitó a Jesús a su casa,“aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos” (Mat. 9:10). Al verlo, los fariseos le acusaban a sus discípulos diciendo: “¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?” (Mat. 9:11). Y Jesús mismo les contestó diciendo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (v. 13). Jesús se asociaba con pecadores para llamarles al arrepentimiento. No estaba en casa de Mateo para comer bien o pasar un rato agradable en compañía de amigos, sino para evangelizar. Si este es nuestro propósito al estar entre pecadores, perfecto. Podemos asociarnos con ellos. Si no tienen ningún interés en las cosas de Dios, ¡pronto dejarán de invitarnos!
“Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escriban murmuraban, diciendo: Éste a los pecadores recibe, y con ellos come” (Lu. 5:1,2). Fue en esta ocasión cuando el Señor contó la historia de las cien ovejas. El pastor perdió uno y fue a buscarla. Jesús buscaba a gente perdida que quería dejar el pecado. Asociaba con pecadores para ver si uno de ellos quería dejar el pecado. Entonces le mostraba el camino.
Los hay que no se ven pecadores y hay otros que se ven mejores que nadie. Para éstos el Señor tenía palabras de reproche. “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola” (Lu. 18:9). Y Jesús cuenta parábola del fariseo y el publicano. Del publicano arrepentido el Señor dice: “Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro (el fariseo)” (Lu 18.14). Si vamos a ser como el Señor, vamos a asociarnos con pecadores que buscan a Dios, y no con personas que se creen buenas que están lejísimos de Dios. Cuando Jesús fue a casa de Zaqueo la gente le criticaba diciendo: “que había entrado a posar con un hombre pecador” (Lu. 19.7). Estar apartado de pecadores no significa que evitamos a gente que obviamente vive en el pecado, sino que no hagamos amistad con ellos para vivir como ellos viven, sino para llevarlos a Cristo. Si no asociamos con pecadores, no podemos llevarles el evangelio. Si no les interesa, ellos mismos cortarán con nosotros.
Cuando el Señor calmó la tempestad “Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lu. 5:8). Pedro tenía la misma mentalidad que los fariseos: que el justo debía apartarse de personas pecadoras, pero esta no era la mentalidad de Jesús. La de Jesús es que nos tenemos que apartar de personas que pretenden ser justas, pero no lo son, de la gente falsa, de los hipócritas, de personas que van a la iglesia, pero viven muy lejos de Dios engañando a los demás. De estos nos tenemos que apartar, de los falsos, de los que no quieren dejar el pecado, también de los que no quieren saber nada de Dios y que nos llevarían a sus malos caminos. Jesús era separado de pecadores por dentro, pero por fuera vivía entre ellos. Tenía mucho roce con lo que la sociedad llamaba pecadores. Iba con ellos, siempre buscando al que buscaba a Dios.