“A causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido” (1 Cor. 7:2).
Este capítulo nos da una perspectiva de la vida desde el punto de vista del creyente. Habla de la importancia de un matrimonio formal, de la relación sexual dentro del mismo, de un compromiso de por vida, y la aceptación de Dios de los niños habidos en ese matrimonio. Pero, aunque nos puede sorprender, enseña del valor más alto de la soltería con la finalidad de dedicarse enteramente al Señor, de estar cerca de Él para practicar la oración y servirle. Vamos a mirar los versículos.
El versículo citado arriba, choca frontalmente con la promiscuidad de nuestra sociedad en la cual el sexo fuera del matrimonio es plenamente aceptado y el matrimonio subvalorado. Por el género de los sustantivos en este texto se ve que el matrimonio está compuesto por un hombre y una mujer: “que cada uno(hombre) tenga su propia mujer (no hombre). Solo hay dos opciones, casarse para practicar el sexo, o no casarse y estar con fuertes deseos que no deben ser gratificados: “Si no tienen el don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando” (v. 9). Cuando el texto dice “su propiamujer” y “su propio marido”, habla de pertenencia y exclusividad. Esta mujer pertenece a este hombre y a ninguno más. Una vez que se ha formalizado la relación matrimonial no hay otro hombre para esta mujer, ni otra mujer para este hombre. Es propiedad privada.
Dentro del matrimonio hay que procurar la satisfacción sexual del cónyuge: “La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro” (v. 4, 5). Los niños de este matrimonio son apartados para el Señor: “Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula e el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos” (v. 14). Santificada, en este contexto significa “apartado para Dios”. Dios tiene su bendición sobre esta persona por amor a la otra, o al padre o a la madre que es creyente.
“A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer” (v. 10, 11). La separación del matrimonio no tiene el consentimiento de Dios salvo en casos extremos, pero no están permitidas las segundas nupcias. Los dos se quedan sin casarse de nuevo con otra persona. Mejor que se reconcilien y vuelvan a estar juntos. Si no, que se queden solos.
La vida es para Cristo. Por eso, el apóstol pone un alto valor en la soltería, para que la persona pueda dedicarse exclusivamente a Dios. La oración es importantísima. La pareja solo deben dejar la relación matrimonial por períodos breves “para ocuparse sosegadamente en la oración” (v. 5), y luego volver a juntarse. Pero la soltería es preferible al matrimonio, si uno puede prescindir del sexo: “Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo” (soltero) (v. 8). Pablo va a desarrollar este tema un poco más. Lo que quiere que comprendamos es que el valor más alto de la vida es Cristo, estar con Él, conocerle y servirle.