“Ellos respondieron entonces: Llamemos a la doncella y preguntémosle. Y llamarón a Rebeca, y dijeron; ¿Irás tú con este varón? Y ella respondió: Sí, iré” (Gen. 24:57, 58).
REBECA
En este episodio decisivo en la vida de Rebeca vemos el valor tan importante detomar decisiones para la vida. Llegó el momento de tomar una decisión que afectaría el resto de su vida y Rebeca estaba a la altura. Se trataba de decidir si iba a ser la esposa de Isaac o no. Implicaba ir a vivir lejos de su familia en una tierra desconocida para casarse con un hombre que nunca había visto. Había visto la mano de Dios dirigiéndolo todo con el siervo de Abraham. Era evidente que Dios le había conducido hasta ella como la mujer que Él había escogido para Isaac. Solo faltaba que ella diese su consentimiento, y ella dijo que sí.
Años más tarde tenemos una ilustración del valor del la unidad en el matrimonio, ahora por el ejemplo negativo de esta pareja. Rebeca, la madre, favorecía uno de los hijos y el padre, el otro. Ella echó mano del engaño para salirse con la suya y el resultado fue que nunca más volvió a ver a su hijo (Gen. 27:15). Cuando Jacob volvió de la tierra donde ella le mandó, Rebeca ya había fallecido.
RAQUEL
De Raquel vemos el valor del amorrománico. La historia de amor entre ella y Jacob es digno de una novela. Nada más verla se enamoró de ella (Gen. 28:19) y la amaba con pasión todos los días de su vida. Ella murió joven, pero él nunca dejó de amarla. Siendo muy mayor, ya a punto de morir, pensaba en ella (Gen. 48:7).
MIRIAM
De María (Miriam) aprendemos el valor de los dones de la mujer en su lugar correcto. Era una mujer dotada con dones de música, liderazgo y profecía. Usaba sus dones para dirigir la alabanza: “Y Miriam la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas. Y María les respondía: Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; Ha echado en el mar al caballo y al jinete” (Ex. 15:20, 21). En ello es de ejemplo. El problema vino cuando ella quería colocarse en el mismo nivel de Moisés por los dones que ella tenía: “María y Aarón hablaron contra Moisés… y dijeron: ¿Solamente por Moisés he hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová” (Num. 12:1, 2). Los dones se tienen que usar con humildad, y con un orden, bajo la autoridad del hombre que Dios ha puesto sobre la congregación, en este caso, de Moisés. María cayó en la tentación de pensar que podría compartir su lugar como líder del pueblo y puso a su hermano Aarón, de carácter más débil, de su parte para sublevarse. “Entonces la ira de Jehová se encendió contra ellos… y he aquí que María estaba leprosa como la nieve” (v. 9, 10). Por la intercesión de Moisés Dios le sanó, pero no antes de pasar mucha vergüenza delante de todo el pueblo por su rebeldía. Los dones son preciosos, pero usados con humildad, y en su debido lugar.