LA PREDICACIÓN EFICAZ

Porque nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo” (1 Tes. 1:5).

La predicación eficaz llega en poder y en el Espíritu Santo, alumbrando la mente, convenciendo de pecado, revelando a Cristo. Llega al corazón. Produce amor para Él y el deseo de obedecerle. Cambia la vida. La predicación es diferente que la enseñanza. La enseñanza es informativa. Puedes enseñar acerca de cómo organizar una reunión, cómo aconsejar, cómo usar una concordancia, cómo preparar una clase para la escuela dominical, o cómo llevar las finanzas de la iglesia. Toda esta enseñanza es necesaria, pero no es predicación. La predicación es abrir la Palabra y hacerla llegar al corazón en el poder del Espíritu Santo. Esto es lo que Pablo hizo en Tesalónica. El resultado fue la conversión, y produjo unos creyentes consecuentes que dejaron la idolatría, se entregaron a servir a Dios, amaban al Señor Jesús y esperaban su retorno (1 Tes. 1:9, 10).

Para conseguir estos resultados el predicador tiene que ser un hombre de oración. Sus mensajes han de nacer de la oración, ser preparados en un espíritu de oración y entregados en el poder de Dios por medio de la oración. Tiene que ser un hombre santo. El texto siguiente es una traducción del libro de E. M. Bounds, Power Through Prayer (Poder por medio de la Oración): “El predicador, sobre todas las cosas, tiene que ser una persona entregada a Dios. Su relación con Dios es la insignia y las credenciales de su ministerio. La suya no es ninguna piedad común o superficial. Si no es excelente en gracia, no es excelente en nada. Si no predica por medio de su vida, su carácter y su conducta, no predica en absoluto. Si su piedad es ligera, aunque su predicación sea suave como la música y elocuente como la de Apolos, no tendrá más peso que una pluma; será tan nebulosa y pasajera en su eficacia como la neblina, o el rocío de la mañana. No hay sustituto para la devoción a Dios en el carácter y en la conducta del predicador. La devoción a una iglesia, a las opiniones de otros, a una organización, a la ortodoxia, todo esto es vano si llega a ser la fuente de su inspiración y motivo de su llamado a servir a Dios. Dios tiene que ser el origen de su esfuerzo y la fuente y corona de su labor. El nombre y el honor de Jesucristo y el avance de su causa tienen que ser todo para él. El predicador no puede tener ninguna inspiración fuera del Nombre de Jesucristo, ninguna ambición sino la de verle glorificado, ninguna labor si no es para Él. Entonces la oración será la fuente de su iluminación, el medio de su avance continuo y la medida de su éxito. La meta perpetua y la única ambición que el predicador puede abrigar es la de tener a Dios siempre con él.

“Nunca necesitaba la causa de Dios claras ilustraciones de las posibilidades de la oración como las necesitamos ahora. Ninguna época, ninguna persona puede ejemplificar el poder del evangelio salvo las personas de profunda e insistente oración. Una época sin oración no tendrá muchos modelos del poder Divino. Los corazones sin oración nunca alcanzarán las alturas de los Alpes. Esta época puede ser mejor que la pasada, pero hay una distancia infinita entre la mejoría de una época por el empuje de la civilización y su mejoría por medio del incremento de la santidad y la piedad por la energía de la oración.

“La fuerza de la oración es la que hace santos. Un carácter santo se forma por el poder de la verdadera oración. Cuanto más verdadera oración, más se forman verdaderos santos. Dios tiene ahora, y ha tenido en el pasado, ejemplos de estos predicadores entregados, auténticos hombres de oración, hombres en cuyas vidas la oración ha sido una fuerza evidente y potente. El mundo ha sentido su poder. Dios ha sentido y honrado su poder. La causa de Dios ha avanzado poderosa y rápidamente por medio de sus oraciones, y la santidad ha brillado de sus caracteres con un fulgor divino”.