JUICIO SOBRE FUNCIONARIOS DEL ESTADO

“Me arrebató el espíritu, y en volandas me llevó a la puesta oriental de la Casa de Yahvé y allí junto a la puerta, había veinticinco varones, entre los que distinguí a Jaacazanías ben Azur, y a Pelatías ben Benaía, príncipes del pueblo. Y me dijo: Hijo de hombre, éstos son los que maquinan perversidades y dan malos consejos en esta ciudad” (Ez. 11:1, 2).

Estos hombres estaban teniendo consejo acerca de proyectos de construcción, como si nada ocurriese. Decían: “¡Esta es la olla y nosotros la carne!” (v. 3). En aquel tiempo solo las piezas selectas de la carne iban a la olla, mientras el resto de la carne se asaba directamente en el fuego. Con esto estaban diciendo que ellos eren los mejores, lo más exquisito de la sociedad, mientras los demás eran despreciables. La olla representaba la ciudad, el mejor lugar donde estar. Allí estaban seguros, ¡o así pensaban! Creían que Dios guardaría Su ciudad de residencia y al Templo donde estaba puesto su Nombre, porque confiaban en las promesas del Pacto. ¡Los falsos creyentes pueden dar la impresión de mucha espiritualidad!

Estos líderes políticos estaban dando falsas esperanzas al remanente que quedaba en la ciudad, asegurándoles que no vendría el asedio. Contradecían al profeta y tranquilizaban a la población. Sus consejos impedían que la gente llegase a arrepentirse.

Ya vemos la perversidad de su dicho. Vemos su orgullo y su confianza en que no pasaría nada, porque Dios estaba con ellos y protegería su Templo. Pero acabamos de ver todo lo contrario en la visión que Dios dio a Ezequiel. Ellos se oponen a la obra de Dios bajo el disfraz de la religión. Son como los de hoy día que dicen: “Puedes pecar todo lo que quieres y no pasará nada, porque Dios te ama”.

Esto hacían ellos. Eran malos. Estaban aprovechando el exilio de otros líderes para ocupar sus puestos y usaban su poder para desposeer a los pobres de sus tierras (11:6, 7). Dios contesta que estos pobres se salvarán (v. 7), pero ellos, lejos de ir a la olla, van a las llamas: serán sacados fuera de la ciudad y matados a filo de espada, la muerte que más temían (v. 10). Dios obrará justicia para los oprimidos y justicia para los avaros que los han robado de su herencia. Este acto reivindicará a Dios que vela por el oprimido y enjuicia a los orgullosos engreídos que usan su poder para robar a pobres.

“Y aconteció que mientras yo profetizaba, murió aquel Pelatías ben Benaía. Entonces me postré rostro a tierra y clamando a gran voz, dije: ¡Ay, Adonay Yahvé! ¿Destruirás totalmente al remanente de Israel?” (v. 13). ¡Pelatías cayó muerto en el acto! Cuando el profeta protesta, Dios contesta con unas palabras hermosas de esperanza: “Aunque Yo arrojé lejos entre las naciones, y aunque los dispersé entre los pueblos con todo, les seré por un pequeño Santuario en la tierras a donde lleguen” (v. 16). Ahora aquellos están en el exilio y estos malos han aprovechado de su suerte para enriqueciese, pero aquellos volverán y a éstos Dios les enjuiciará. Ahora la realidad es negra, pero Dios no dejará que los injustos prosperen siempre. Llegará el día cuando pondrá todo en su sitio. El Dios que todo lo ve, todo lo rectificará en su tiempo. ¡Pelatías es botón de muestra!