“Hermanos, orad por nosotros” (1 Tes. 5:25).
Pablo dependía de las oraciones de las iglesias, ¡de gente que él mismo había llevado a Cristo! En todas sus cartas pedía oración. Valoraba la oración de los demás y dependía de ella. Podríamos pensar que él era una persona tan poderosa en su ministerio que no necesitaba las oraciones de gente recién convertida, o que las pedía como mera formalidad, para enseñar a los creyentes la importancia de la oración, pero que él mismo no necesitaba oración de parte de otros, porque las suyas propias bastaban. Sin embargo, su testimonio es todo lo contrario. Ruega a los creyentes que oren por él. Cuando lleguemos al cielos veremos hasta qué puntos las oraciones de los demás a su favor fueron responsables por su éxito en la predicación del evangelio.
Pablo podría haber contado con su llamamiento extraordinario, su superior inteligencia, la fuerza de su personalidad, su formación académica, su conocimiento de las Escrituras, o la gracia de Dios obrando a su favor, pero no puso su confianza en estas cosas, sino en la oración de todas las iglesias que iba fundando. A la iglesia en Roma escribe: “Pero os ruego hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios” (Rom. 15:30). A los efesios dice: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ellos con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio” (Ef. 6:18, 19). Dice a los colosenses: “orando al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo… para que lo manifieste como debo hablar” (Col 4:3, 4). Pide oración a los tesalonicenses: “Hermanos, orad por nosotros” (1 Tes. 5:25). También pide a los corintios que oren por él: “cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración, para que por muchas personas sean dadas gracias a favor nuestro por el don concedido a nosotros por medio de muchos” (2 Cor.1:11). ¡Cuánta más oración, más personas darán gracias a Dios por las respuestas! Pablo pide oración otra vez a los tesalonicenses: “Hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo fue entre vosotros, y para que seamos librados de hombres perversos malos” (2 Tes. 3:1, 2).
Su petición a Filemón es que pueda ser huésped en su casa como resultado de sus oraciones a su favor. ¡Escribe desde la cárcel! “Prepárame también alojamiento; porque espero que por vuestras oraciones os seré concedido”. ¡Cuenta con las oraciones suyas y cuenta con la respuesta de Dios por anticipado! Le dice: “Tú ora, yo seré librado de la cárcel y vendré a verte, así que, ¡prepara la habitación ya!” Esta es la fe de Pablo en la oración de los demás.
Los apóstoles consiguieron que las iglesias orasen por ellos. Hoy día lo que hace falta es que nosotros oremos por nuestros pastores. Por medio de nuestras oraciones podemos conseguir que crezcan en poder en el púlpito, en conocimiento de Dios y su Palabra, que amen más al Señor y a los miembros de la congregación, que tengan carga para los perdidos, que tengan discernimiento espiritual, que su ministerio sea más eficaz, y muchas más cosas. ¡Conseguimos mucho más orando por ellos que criticándoles!, y, si lo hacemos, Dios los bendecirá, toda la congregación beneficiará más de su ministerio, y nosotros compartiremos su galardón en gloria en el día final.