“Llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos… Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gen. 6:4, 5).
Este pasaje es muy complicado, y no tenemos todas las respuestas, pero lo que Dios sí revela es importante para nosotros. Estos “hijos de Dios” eran ángeles malos que tuvieron hijos con mujeres humanas dando lugar a una raza de gigantes que eran muy poderosos, pero también muy perversos. “Viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombre eran hermosas, tomaron para sí mujeres” (v. 2). Toda su descendencia murió en el diluvio. Estos ángeles eran tan perversos que engañaron a los seres humanos casándose con las mujeres hermosas para así lograr la destrucción de la raza humana y de todo lo que Dios había creado, por su astucia al seducir a estas mujeres.
El apóstol Pedro nos explica un poco más acerca de estos malvados ángeles. Dios los encarceló por lo que habían hecho: “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Ped. 2:4). Deducimos que estos ángeles eran demasiado sagaces para que nuestra raza resistiese sus tentaciones. Por tanto, Dios los quitó de en medio para nuestra protección, para que su inteligencia perversa no llevase a nuestra raza a la ruina otra vez. ¡Vemos que usaron el sexo para lograr sus fines! ¡Ojo!
Pedro nos da un poco más información acerca de ellos: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron… en los días de Noé” (1 Ped. 3:18-20). Jesús murió y resucitó y en este cuerpo de resurrección ascendió y visitó a estos espíritus en camino al trono. Anunció su victoria precisamente a estos espíritus malos, a los que habían conseguido la destrucción de la raza humana y lo celebraban como una gran victoria sobre Dios. Todos los seres humanos murieron en el diluvio, pero Dios había salvado a Noé y a su familia, y por medio de Noé conservó nuestra raza, aunque todavía muy pecaminosa. Jesús pasó por la prisión donde estaban encarcelados estos ángeles para anunciarles que aunque ellos habían logrado la destrucción de los hombres, su obra fue en vano, ¡porque Él acababa de lograr su salvación! ¡Esto es maravilloso! Jesús proclamó su victoria a estos poderosos, y ahora derrotados, ángeles de Satanás.
Pedro termina esta sección de su epístola diciendo: “El bautismo nos salva por la resurrección de Jesucristo, quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades, y potestades” (1 Ped. 3:21, 22). Jesús consiguió la victoria sobre todos estos autoridades y potestades a nuestro favor. ¡Están derrotados, pero no quieren rendirse! Como dice el apóstol Pablo, todavía tenemos lucha contra “principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12). Pero entre estas fuerzas no figuran los que pervirtieron la raza humana en tiempos de Noé, porque éstos están fuera de combate. Están encarcelados en prisiones oscuras esperando el día de juicio. Todavía quedan otros, muy poderosos, vencidos ya, que buscan nuestra destrucción. Estamos en medio de una guerra de proporciones cósmicas entre ángeles y seres mortales, pero el final ya lo conocemos. El Señor Jesús quiere darnos el poder para rematarlos en nuestra experiencia y así participar en su victoria. Un día todos estos seres nefastos estarán encadenados en prisiones de oscuridad, pero ahora todavía es día de lucha. En esta lucha somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. ¡Apliquemos su victoria a nuestra experiencia para darle más gloria a Él!