HAZ EL ESFUERZO

“Y sucedió que unos hombres que traían en un lecho a un hombre que estaba paralítico, procuraban llevarle adentro y ponerle delante del él, pero no hallando cómo hacerlo a causa de la multitud…” (Lu. 5:18).

No fue fácil. El hombre pesaba. Hacía calor. Había mucha gente alrededor de Jesús y no había manera de acercarse a él. ¿Qué hicieron los amigos del paralítico delante de tantas dificultades? ¿Volver a casa? ¿Darlo por imposible? ¿Decidir intentarlo otro día? ¿Decir al hombre que tenía que aceptar su enfermedad, porque no había nada que hacer? No. Insistieron.

Parece que siempre hace falta insistir para ponernos delante del Señor. La mujer que tocó el borde de su manto insistió. Hizo algo no convencional. El ciego que clamaba insistía. Molestaba a otros. El padre del muchacho endemoniado sabía que no tenía suficiente fe, pero insistía. Parece que el Señor quiere saber si realmente queremos lo que estamos pidiendo, y hasta qué punto estamos dispuestos a movernos, o a molestar otros, para conseguir la respuesta. Algunos de nosotros desistimos casi en seguida. Otros están dispuestos a perseverar. Los amigos del paralítico estaban determinados que iban a llegar a Jesús y usaron la cabeza para pensar en cómo hacerlo, aunque molestasen a otros en el proceso.

Cuando uno realmente quiere conseguir algo de Dios, tiene que superar los obstáculos. Puede ser que otros se enfaden. ¿Qué habría dicho el dueño de la casa al ver que habían desmontado el tejado de su casa para acercar al enfermo a Jesús? ¿Qué habrían dicho los que estaban en la sala con Jesús al ver que el techo se abría y los escombros se les caían en la cabeza? A Jesús le interrumpieron. O bien estaba enseñando, o bien sanando cuando polvo y yeso cayó sobre él, interrumpiéndole. Los demás se apartaron para dejar lugar al lecho del enfermo, pero Jesús se quedó allí bajo la lluvia de yeso y polvo. No los reprendió. Parece que lo encuentra normal que uno haga lo inconveniente, hasta lo ridículo, para llegar a él. Admira la fe de tales personas, y actúa.

¿Por qué tiene que ser tan difícil llegar a Jesús? ¿Por qué hay tantos obstáculos? Para Adán y Eva lo más fácil del mundo era encontrarse con Dios. Para Job era imposible, porque Dios se escondió. Pero Job tuvo paciencia hasta que Dios salió a su encuentro. Por eso se habla de la paciencia de Job. Nunca renunció a su objetivo de encontrarse delante de Dios, ¡y lo consiguió! Los amigos perseveraron hasta presentar al paralítico delante de Jesús. Pero había un obstáculo más en el camino de su sanidad: su pecado. Tenemos que quitar el pecado de en medio para presentarnos delante de Jesús y conseguir lo que necesitamos de él. Por eso el Señor le dice de entrada: “Hombre, tus pecados te son perdonados” (v. 20). En nuestra búsqueda de Dios, hemos de insistir, y hemos de quitar el pecado de en medio para llegar a Él.

Cuando Jesús perdonó los pecados del enfermo se estaba revelando como Dios, porque solo Dios puede perdonar pecados. Así decían los escribas y los fariseos y tenían razón: “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” (v. 21). Y para demostrar que efectivamente era Dios, sanó al hombre. El perdón es invisible. La sanidad se ve. Era la evidencia fehaciente de que Jesús tenía el poder para perdonar pecados y que era Dios. Y el hombre se levantó, cogió su lecho, y volvió a su casa, perdonado y sanado.

Cuando tú buscas a Jesús para tu sanidad o la de otros, o para recibir cualquier otro beneficio, él quiere ver tu fe. Fue “al ver al fe de ellos” (v. 20) que Jesús obró. ¿Qué vas a hacer para que él vea tu fe? Tenemos que movernos, o pedir ayuda de otros, para llegar a Jesús. Requiere un esfuerzo.