“…cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).
¿De dónde viene este “gozo inefable y glorioso”? Vivir la vida cristiana sin gozo es arduo trabajo. Es exigir de nosotros mismos una obediencia a lo que sabemos que tenemos que hacer y cumplir con las exigencias de nuestra fe a palo seco. Vamos sacando de nuestras reservas hasta quedarnos secos. Todo es cuesta arriba, sin inspiración, y sin ayuda divina.
La ayuda divina viene en forma de gozo. “El gozo del Señor es nuestra fuerza” (Neh. 8:10). Es el poder que necesitamos para hacer la voluntad de Dios. Sin el poder de Dios, tenemos que usar la nuestra, y esto es lo que nos agota.
El apóstol Pedro aquí nos habla de dos cosas que nos dan gozo: amor para Cristo y fe en Cristo. Una relación de amor siempre da gozo. Anima. Inspira. Eleva. Motiva. Y cuánto más cuando es una relación de amor con el Señor Jesús. Amarle es darle amor. Este pasaje no está hablando de ser amado por Él, sino de amarle. Amarle significa valorarle, expresarle gratitud, honrarle, adorarle, gloriarnos en Él, ministrarle alabanzas, servirle, obedecerle, darle a conocer, añorar el día que estaremos con Él, y vivir con este día en el horizonte. Amarle me da gozo.
Cuando leo las Escrituras el Espíritu Santo me va revelando a Cristo. Es uno de sus funciones, y le encanta hacerlo, porque ama a Jesús y quiere que yo también le conozca y le ame. Cuanto más le conozco, más le amo. Él hace que Jesús cobre realidad para mí, que viva, que no sea una figura de un libro, sino una persona real y vital y que se mueva y actúe, que piense y hable. Me enseña el Patrón y luego va formando a Cristo en mí. Amo a Alguien que está íntimamente relacionado conmigo.
Creer en Él significa poner toda nuestra confianza y esperanza de salvación en su obra redentora realizada a nuestro favor en la cruz. Que soy salvo por Él me da gozo. En la Cruz veo su amor por mí. No solamente creo que Cristo murió por amor a mí, creo que resucitó, que ascendió al cielo donde intercede por mí, que me está preparando un lugar en la casa del Padre allí, que volverá a buscarme, y que, mientras tanto, está conmigo, porque dijo, “No te dejaré ni te desampararé”, y “He aquí estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20). Está conmigo en mis pruebas, purificando mi fe. Ha ido delante marcando el camino por su ejemplo.
Creer en Él también significa creer todo lo que ha dicho. Sus promesas son vida para mí. Estoy aprendiendo a vivir por cada palabra que sale de su boca. Vivo por fe en que todo lo que ha dicho es verdad, cuento con ello y baso me vida en su palabra.
Y el resultado de amarle y creer en Él es gozo y alegría: “os alegráis con gozo inefable y glorioso”. El gozo sirve como indicador de cómo va nuestra relación de amor y fe con Cristo.
Si te falta el gozo, ponte a alabar al Señor y darle gracias. Cántale un himno. Saca tu cancionero y ponte a ministrar al Señor por medio de la música. Sal a la calle y ponte a ayudar a otros por amor a Él. ¿Qué puedo hacer para alegrar la vida de los demás? Me pongo a hacer lo que el Señor me inspira a hacer, por amor a Él, ¡y me viene el gozo! Es un gozo inefable y glorioso. Con solo manifestarlo, ¡animo la vida de los demás y doy gozo a mí Señor, y esto incrementa el mío!