“(Dios) nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creados todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visible e invisibles…todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:13-17).
El antiguo himno siguiente recoge la trayectoria de Su glorioso reinado:
¡Escucha! La voz eternal, vestida de majestad, llama a existir cielo, tierra, y mar. ¡Escucha! En incontables números los ángeles del cielo se congregan e interrumpen en aclamación de alabanza, para saludar la mañana de la Creación. Alto, en gloria real, rodeado de luz eternal, reina, O Rey Inmortal, Santo, Infinito.
Brillante el mundo y glorioso, calma la tierra y el mar, noble en su grandeza se alzó el hombre en su pureza: vino la gran transgresión, vino la triste caída, muerte y desolación respiraba sobre todo. Todavía en gloria real, rodeado de luz eterna, reinaba el Rey Inmortal, Santo. Infinito.
Larga la espera de las naciones en la noche turbulenta, buscando, deseando, anhelando la Luz prometida. Profetas vislumbraron el amanecer de la mañana lejana, músicos cantaron del esplendor del día de apertura que vendría. Mientras tanto, en gloria real, rodeado de luz eterna, reinaba el Rey Inmortal, Santo, Infinito.
Con luz brillante amaneció el Advenimiento del recién nacido Rey, con gozo los vigilantes escucharon el cantar de los ángeles. Con tristeza ce cerró el atardecer de su vida sagrada, mientras la oscuridad del mediodía encubrió la última lucha terrible. ¡He aquí! De nuevo en gloria, rodeado de luz eterna, reina el Rey Inmortal, Santo, Infinito.
¡He aquí!, otra vez viene, vestido en nubes de luz, como Juez Eterno, armado con poder y fuerza. Las naciones se juntarán alrededor del estrado de sus pies; la tierra entregará sus tesoros, y el mar sus muertos. Hasta que suene la trompeta, rodeado de luz eterna, reine Tú, o Rey Inmortal, Santo, Infinito.
¡Jesús! Señor y Maestro, Profeta, Sacerdote y Rey; a tus pies triunfantes sagrada alabanza tributamos. Tuyo el dolor y el llanto, tuya la victoria; poder, alabanza y honor Te sean dadas, O Señor. Alto, en gloria real, reina, o Rey Inmortal, Santo, Infinito.
J. Julian
Amado Padre, Te adoramos por tu majestuoso y glorioso Hijo, nuestro Salvador. Los treinta y tres años que pasó aquí en este suelo solo constituyen un paréntesis en su existencia eterna, pero fueron lo suficientemente largos como para revelar su verdadera naturaleza. Vemos que nuestro amado Salvador y Dios, aunque majestuoso, fue/es también humilde, obediente, intachable en justicia, puro en esencia y conducta, y separado de pecadores. Él es sublime e inalcanzable, reinando en luz, pero hecho cercano a nosotros, benigno y tierno para con los caídos, pero feroz e incansable en su lucha sin tregua combatiendo contra el pecado, dispuesto a sufrir lo que fuese para echar abajo el dominio del mal. Vemos su poder, la trascendencia de su grandeza y, a la vez, su misericordia: se dispone a rescatar a los que están atrapados en las garras del pecado y para elevarles a alturas desconocidos antes de la Caída, motivado solo por su buena voluntad. Alabanzas sean dadas eternamente y para siempre al que es glorioso en justicia. Amén.