Si Dios “libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos), sabe el Señor librar de tentación a los piadosos” (2 Ped. 2:7-9).
Hay dos cosas que nos llaman la atención acerca de este texto. ¡El primero es que Dios considera justo a Lot! El segundo es que Lot, siendo creyente, pudo elegir un lugar tan malo a donde ir a vivir. Nosotros le juzgamos mucho más duramente que Dios. Aquí hay una persona que escoge la mejor parte para sí y deja a Abraham con la peor parte. Esto nos indigna en principio por su egoísmo, pero, sobre todo, porque queremos a Abraham. Luego cuando vemos a Lot acercándose cada vez más a estas ciudades corruptas, no lo comprendemos. ¿Cómo podía hacer esto? Pensamos que le da igual el pecado, que él está cómodo viviendo con aquella gente. Luego cuando leemos acerca de la conducta de sus hijas, le perdemos todo respeto. Claro, él ofreció hospitalidad a los dos hombres que iban a pasar la noche en la calle y les protegió de la maldad de la ciudad; esto lo ponemos a su favor, pero iba a sacrificar a sus hijas para hacerlo, y esto ya no cabe en nuestra cabeza. En fin, nosotros le descalificamos. ¡Pero Dios no!
Si Lot era del Señor y sufría al ver el pecado, ¿por qué se fue a vivir en un lugar tan notoriamente malo? Esto es lo que no entendemos. De lo que escribe el apóstol Pedro vemos que Lot no se encontraba bien “en el mundo”. Hay muchos que se dicen creyentes que viven en el mundo, pero los que realmente son del Señor sufren. Los que no son creyentes de verdad se acoplan muy bien, encajan y lo pasan bien con los inconversos, pero el creyente se encuentra fuera de lugar. La conducta de la gente mundana le aturda, le agobia, le aflige. Aunque Lot vivía entre ellos, no aprendió sus valores. Se mantuvo aparte. Ellos no le aceptaban como uno de ellos, porque no lo era. Cuando un creyente hace amistades con los del mundo, o intenta hacerlo, ellos se dan cuenta de que no somos de ellos y nos marginan. Cuando Lot los reprendió por su inmoralidad, ellos dijeron: “Quita allá; y añadieron: Vino este extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez? Ahora te haremos más mal que a ellos. Y hacían gran violencia al varón, a Lot” (Gen. 19:9). Un creyente puede acercarse mucho al mundo, pero cuando llega la hora de la verdad, se revela por lo que es, un hijo de Dios, parte de otro mundo.
Dios sabe quién es suyo y quién no lo es. El hijo de Dios no va a ser enjuiciado con el mundo. Venía el juicio de Dios sobre Sodoma y Gomorra, pero antes de caer el fuego del cielo para destruir este lugar tan terrible, Dios envió a dos ángeles para sacar a Lot y a su familia de allí: “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos” (2 Pedro 2:9). Dios consideraba a Lot justo y piadoso. ¡El texto lo dice tres veces! Le libro del juicio que cayó para destruir a los que habían pasado el límite de lo que Dios permite. No estamos muy lejos de este límite hoy día. Pero esto no es nuestro tema. El tema es la maravillosa gracia de Dios. Aunque Lot había tomado decisiones incorrectas, Dios no lo descartó como creyente, y Lot demostró serlo por su reacción cuando la maldad llegó a su puerta. Estaba dispuesto a poner su vida antes de permitir que estos hombres violasen a sus invitados.
Lot se dio a conocer como verdadero creyente y Dios le guardó, pero no sin pérdidas. El justo es salvo a la hora del juicio, pero, si ha vivido en el mundo, sufre grandes pérdidas. Lot perdió a su esposa, que realmente era del mundo porque su corazón estaba allí, y a sus dos hijas, que por su nefasta actuación, ¡conducta que sin duda aprendieron en Sodoma!, trajeron mucho sufrimiento sobre el pueblo de Israel dando a luz al padre de los moabitas y al padre de los amonitas, enemigos del pueblo de Dios. La moraleja es: si eres de Dios, aléjate del mundo. Si no, serás salvo, pero con grandes pérdidas. ¡Mucho mejor entrar en el cielo con grandes riquezas, como Abraham!