EL CARÁCTER DE PEDRO

“Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas… para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina… Añadid a vuestra fe virtud; a la virtud conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor”(2 Pedro 1:3-6).

El primer ejemplo de una persona cuya vida ha sido cambiada por añadir virtudes a su fe es Pedro mismo. Cuando conoció a Jesús era un líder natural. Esto no cambió, pero lo que sí cambió fue su carácter. Cuando se convirtió recibió el Espíritu Santo, pero esto no produce un cambio automático, sino que nos da el poder para añadir a nuestra fe las virtudes aquí enumeradas. Pedro que era impetuoso, impaciente, llevado por sus emociones y razonamientos, que no se controlaba y estorbaba a los que tenía alrededor, este Pedro llegó a ser conocedor de la mentalidad y los caminos de Dios, controlado, manso, sacrificado, dedicado a los demás y un ejemplo del amor fraternal. En esta carta escrito al final de su vida cuando está enfrentando el martirio, vemos cómo era el Pedro transformado.

Una persona enfrentando una muerte atroz normalmente está pensando en sí mismo; Pedro no. Él está pensando en las “ovejas” que tiene bajo su cuidado, y las quiere dejar preparadas para defenderse cuando él ya no esté: “Yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener en memoria estas cosas” (2 Pedro 1:15). Por eso insiste en las cosas que ellos tienen que recordar: “Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas” (1:12). En esto se ve el amor que tenía Pedro por los creyentes y su preocupación por ellos. No hay nada de egoísmo en él, ni de autocompasión. Ama a estos hermanos gentiles, siendo judío él. No queda nada de su racismo anterior, o sus sentimientos de superioridad por ser judío, o su aversión a gente de otras nacionalidades. Este es un Pedro que ama profundamente.

Lo que desea para estos hermanos es que no caigan en el pecado, que estén firmes en su fe (1:10), que ésta sea bien fundada en las Escrituras (1:20, 21), que sus vidas sean fructíferas (1:8), y que estén preparados e ilusionados esperando la venida del Señor (1:16). Quiere protegerles de falsos profetas (2:1) que los apartarían del Señor: “Así que, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza” (3:17).

Pedro no era un mero rudo pescador como se piensa de él, sino una persona culta, inteligente, profunda y organizada, con las ideas claras, y un dotado escritor. Su prosa es hermosa. Habla de la palabra profética como “una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (1:19). Trata temas profundas, como la caída de los ángeles (2:4). Escribe poderosamente e infunde temor a Dios para que sus lectores no se aparten de Dios: “Sabe el Señor reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2:9) y: “Los cielos y la tierra que existen ahora están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio” (3:7).

En sus escritos vemos a un Pedro tierno y amoroso hacia la gente, poderoso en Dios, humilde, sumiso a la voluntad divina, esperando el martirio con poder y determinación, lleno de amor, admiración, reverencia y devoción hacia la persona de Jesús. Le ve, no como el carpintero de Galilea, sino como el Hijo de Dios glorificado, como le vio en el monte de la transfiguración, resplandeciente su rostro como el sol con la gloria de Dios (1:17), y le adora y le sirve y le ama. Dice: “Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso” (1 Pedro 2:7). Y para Pedro era precioso. Por eso había dedicado su vida a “apacentar a sus ovejas” (Juan 21:17). Y por eso estaba ya para poner su vida por Él. Este es Pedro, el poderoso, valiente, humilde siervo de Jesús.