“…en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena consciencia hacía Dios) por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedo 3:20, 21).
En los días de Noé la humanidad llegó a un estado de maldad insostenible. Dios envió un juicio que destruyó a todo ser vivo, menos los que se refugiaron en el arca. El arca, entonces, es un tipo de Cristo: los que están “en Cristo” se salvan del juicio de Dios que viene sobre la humanidad por su maldad al final de los tiempos. Evidentemente no es el agua lo que salvó a Noé, sino el arca. ¡El agua los ahogaba! Fueron salvos a través del agua. El agua fue el elemento de juicio. El agua del bautismo no salva tampoco, sino Cristo.
El bautismo no salva. La muerte de Cristo en la Cruz es lo que nos salva, cuando ponemos nuestra fe y esperanza de salvación en ella. El bautismo no quita el pecado, como dice el texto: no quita “las inmundicias de la carne”. La sangre de Cristo es lo que nos limpia de todo pecado: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”(1 Juan 1:7).
El bautismo es la manera novotestamentaria de profesar fe públicamente en Cristo. Pedro dijo en el día de Pentecostés:“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). El bautismo es anunciar delante de todos que creemos el evangelio, que nos hemos arrepentido de nuestro pecado, que dejamos atrás la vieja vida para seguir a Cristo. Por esto es “la aspiración de una buena consciencia hacía Dios”. No limpia nuestra consciencia, sino que declaramos públicamente que desde ahora en adelante vamos a mantener nuestra consciencia limpia delante de Dios. Cuando pecamos, lo confesaremos y limpiaremos nuestra consciencia. Vamos a vivir una nueva vida en el poder del Espíritu Santo. Resucitamos con Cristo para este fin.
El que se bautiza declara públicamente que ha terminado con el pecado. Ya no quiere practicarlo: “Vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues el que ha padecido en la carne, terminó con el pecado”(4:1). Cristo padeció en la carne, evidentemente, pero los lectores de 1 Pedro también, pues estaban sufriendo persecución. Nosotros no estamos sufriendo persecución de la misma manera, pero sí hemos decidido que hemos terminado con el pecado. No queremos tener nada más que ver con él, “para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios” (4:2). Esto es lo que ha decidido el que se bautiza.“Basta ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles(a los del mundo), andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgias, disipación y abominables idolatrías” (4:3). El que se bautiza no va a practicar el sexo fuera del matrimonio, no va a emborracharse, no va a ir a fiestas desenfrenadas, no va a meterse en pornografía, ni va a hacer las cosas que hacen sus amigos no creyentes. Ellos se burlarán de él y le dejarán, pero este es el precio que sabe que tiene que pagar. A los viejos amigos “les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan” (4:4). Cuesta seguir a Cristo. Produce un cambio enorme en la vida. Pero ha calculado el coste y ha decidido que vale la pena sufrir ahora, porque lo que gana es la eternidad con Cristo. Y se bautiza para decírselo públicamente a todo el mundo.