“Y tú, hijo de hombre, tómate una tabilla, póntela delante, y graba en ella la ciudad de Jerusalem. Y pon contra ella sitio, y edifica contra ella torres de asedio…” (Ez. 4:1,2).
Aunque Ezequiel estaba mudo, pudo hacer toda la voluntad de Dios (Selah). Dios le iba a usar para comunicar su mensaje a su pueblo por medio del mimo. Tuvo que hacer una maqueta o un mapa de la ciudad de Jerusalén. Esta serviría para hacer una obra de mímica por medio del cual explicaría a los espectadores, sus compañeros en la cautividad, lo que iba a pasar a la ciudad que todos amaban. Todos ellos habían dejado familia atrás, amigos y propiedades, cuando fueron llevados a Babilonia. Querían saber qué pasaría con ella. ¿Cuál sería su futura? Contaban con que Dios intervendría para salvarla, como había hecho tantas veces en el pasado. Su Dios era fuerte. Podía contra todo el imperio de Babilonia. Los falsos profetas les habían animado a poner su fe en la protección de Dios. ¡Seguramente Él les rescataría! Jerusalén sería a salvo.
Para situarnos, el libro de Jeremías termina con la caída de Jerusalén y su total destrucción. El libro de Ezequiel sigue en nuestras Biblias, pero no es la historia a continuación. Cuando Ezequiel y miles más con él fueron deportados (año 597 a. C.), Daniel ya llevaba ocho años en Babilonia, pues salió con el primer grupo de deportados, y Jerusalén todavía estaba en pie. No cayó hasta el año 586. Los cautivos tenían la esperanza que se salvaría. ¡Imagina su horror cuando Ezequiel les iba a comunicar que no, que lejos de salvar la ciudad de sus enemigos, Dios iba a estar en contra de ella! Ya no iba a ser su Salvador, sino su Juez, iba a estar de parte del enemigo para castigar a su pueblo por todo su maldad.
La lección para nosotros es obvia. Podemos tener a Dios como Amigo y Defensor y pensar que, puesto que somos salvos, podemos pecar todo lo que queremos y quedar inmunes, que cuando se presenta un peligro o una adversidad, Dios nos salvará. Pero la historia nos enseña todo lo contrario. Dios no está obligado a rescatarnos y guardarnos de todo mal simplemente por ser nuestro Dios. Si nosotros vivimos en rebeldía, podemos esperar una disciplina tremendamente fuerte y terriblemente dolorosa. Esto va por individuos y también por la Iglesia. ¿Qué pasó con la Iglesia de Turquía que era tan fuerte en tiempos de los apóstoles? Dios era más que capaz de salvar a Jerusalén de Nabucodonosor, pero iba a usar a este rey pagano para disciplinar a su pueblo. Destruiría a Jerusalén.
Entonces, el primer acto de mímica consistía en hacer una representación de Jerusalén bajo asedio con cercas, rampas, arietes y campamentos enemigos. El profeta representaría el papel de Dios. Se pondrá de cuclillas al lado de la ciudad con una plancha de hierro entre su cara y la maqueta. La gente poco a poco tenía que asimilar que Dios no estaba dentro de la ciudad para defenderla, ¡sino fuera para atacar!, bloqueándola de su vista. ¡Cómo se pondría la gente al ver aquella horrible pantomima! La sartén o plancha estaba hecha de hierro sólido representando la implacable ira de un Dios santo. La amada ciudad tendría que sufrir el juicio férreo su propio Dios.