“Desead la leche… espiritual. Acercándoos a Él, piedra viva…escogida y preciosa” (1 Pedro 2:2, 4).
Con estas dos palabras “desear” y “acercarse” resumimos la enseñanza del apóstol Pedro en esta sección de su epístola. Hemos de desear la Palabra del Señor y acercarnos al Señor mismo. Él es la Palabra escrita y viva. Tenemos la Biblia y Cristo, a una Persona y su Palabra, y los dos son inseparables. Desear la Palabra y acercarse a Cristo: Él es la Palabra que nos nutre y nos hace crecer para ser cada vez más como Él, y así, cada vez más cerca del Él.
Desead
“Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (2:2). Normalmente un deseo es algo que viene automáticamente. Deseamos un café por la mañana. Nadie nos tiene que mandar que lo deseemos. Los deseos forman parte natural nuestra. Pero el deseo para la Palabra es aquí impuesto. Pedro nos manda a desearla. Es como si nos dijese: “Tened ganas de Dios. Que te haga ilusión leer y meditar en la Palabra. Despierta tu hambre para la Biblia. Ponte a leerla con verdadera hambre”. Si no tienes ganas de leer la Biblia y buscar a Dios, ¡que las tengas! Ya está. No seas llevado por tus inclinaciones naturales, sino por la obediencia a lo que Dios te manda, ¡y que lo hagas con ganas!
Acercándoos
“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa” (2:4). No solamente necesitamos nutrirnos de la Palabra de Dios, necesitamos acercarnos a Cristo. Hemos de estar tan cerca que formamos parte de la misma casa espiritual, el templo de Dios, la Iglesia del Señor. En otro lugar nos habla de ser parte de su cuerpo; este texto cambia la metáfora: somos parte del mismo templo del cual Él es la piedra del ángulo y nosotros las piedras vivas. “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual, sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (2:5). Una piedra en la pared de un templo está unida fijamente a las otras piedras y al fundamento en unión cercana e inamovible.
El creyente está bebiendo de la palabra de Dios, está unido a Cristo, y además, le ama y le valora más que ninguna cosa. Pedro tres veces usa la palabra “precioso” para referirse a Cristo: “Acercándoos a él, piedra viva… para Dios escogida y preciosa”. Cita Is. 28:16, “He aquí pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa”. Es precioso para Dios. Luego dice que Él es precioso para nosotros: “Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso” (v.7). Precioso significa apreciado, de gran valor, admirable, deseable, codiciable. Cristo es nuestro tesoro. Él es más valioso que una piedra preciosa. Para nosotros significa más que un diamante, más que todos los tesoros de este mundo.
Esta es nuestra relación con Él. Él es nuestra vida y en Él tenemos nuestra identidad y razón de ser. Somos parte de su Iglesia para ofrecerle sacrificios espirituales como sacerdotes santos, y salimos al mundo para “anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de la tinieblas a su luz admirable” (v. 9). Nuestro gozo es estar unidos a Él y predicar su evangelio para que otros también puedan encontrar vida en Él.