CAMBIAR

“Mirando la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria… por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).

¿Eres muy diferente de lo que eras cuando te convertiste? Uno de los propósitos principales de la vida cristiana es cambiar. Otro es llegar a conocer la Biblia. Otro es evangelizar. Otro es adorar a Dios. Otro es llegar a conocer al Señor íntimamente. Todos estos propósitos están relacionados. Vamos estudiando la Biblia, alabando y adorando a Dios, evangelizando a la gente que Dios pone en nuestro camino, orando por ellos, y vamos llegando a conocer al Señor cada vez más, al ir haciendo todo lo anterior. Lo anormal es hacer una de estas cosas sin hacer las otras. Una persona que conoce bien la Biblia, pero no evangeliza, es una anormalidad. Pero una persona que conoce bien la Biblia, pero no va cambiando, lo es más. Es un testimonio fatal que causa mucho daño, si todavía vive en sus viejos pecados. ¿Cómo puede testificar que Dios le ha salvado? ¿De qué? No hemos sido salvos de nuestros pecados si seguimos en ellos (Mat. 1:21). La salvación es liberación del poder del pecado y esto produce unos cambios enormes en nosotros.

Vamos a poner que pasas horas estudiando la Biblia. Tienes cada vez más conocimiento. Enseñas y predicas en tu iglesia. Pero no has cambiado. En tu casa sigues menospreciando a tu mujer, apenas hablas con ella, gritas a tus hijos, los criticas constantemente, tienes un genio muy fuerte, a veces eres violento, gastas mucho dinero en tus caprichos, y todo tu tiempo libre es para estudiar la Biblia y preparar mensajes. No tienes tiempo para los de tu casa. Nunca tienes una palabra agradable para tus vecinos. En la iglesia todo el mundo te respeta, pero en casa tienen miedo de ti. Esto no puede ser.

O pongamos que te dedicas a la música. Tienes una voz preciosa y cantas en el grupo de alabanza en la iglesia. Estás allí delante de la congregación dirigiendo el canto, pero anoche estabas en la discoteca hasta muy tarde y conociste a un chico que no es creyente que te atrae mucho. Tienes mucho en común con él. Los dos pasáis el día en chats y escuchando música. No ves por qué no puedes tener un novio no creyente. Es muy divertido. Igual se convierte.

O pongamos que eres evangelista nata. No te cuesta nada hablar con una persona que no conoce de Dios. Has repartido miles de folletos y hablado del evangelio con muchísima gente. Pero siempre evangelizas lejos de casa, porque los que te conocen saben que discutes con todo el mundo, que tienes un carácter muy fuerte que siempre te está causando problemas.

No vale ni estudiar la Biblia, ni participar en la alabanza, ni evangelizar, a no ser que estemos en vías de cambiar. Si estos ministerios no van acompañados de una vida de santidad, solo crean confusión. Dan mal testimonio. Estas personas están viviendo una vida doble: por un lado dan la apariencia de espiritualidad, pero por otro están viviendo en su propia carnalidad. La carnalidad puede ser muy religiosa, pero no deja de ser carnalidad. La persona sincera reconoce sus faltas y está trabajando para cambiarlos. Cuando alguien le corrige, lo agradece, reconoce que tiene razón, se arrepiente y cambia. Cuando lee la Biblia y el Señor le habla de algo que está haciendo mal, pide perdón y poder para cambiar. El siervo del Señor se va perfeccionando. Crece. Ya no es la misma persona que era el año pasado. Otros le comentan que ven cambios en él y esto le proporciona mucha alegría. Quiere cambiar. Le encanta cambiar. Reconoce que necesita cambiar, y está en ello. Si no vamos cambiando, algo anda muy mal. Estamos volviendo atrás. La vida cristiana es como subir una montaña en bicicleta sin frenos. Si paras, vuelves para atrás. Nuestra oración es: “Señor quiero ser cada vez más cómo Cristo. Ayúdame a ir cambiando. ¡Quiero cambiar!”. Este cambio es lo que nos permite conocer cada vez más a Dios.