LA MESA DE LIBROS

“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10).

Conocidos por los hermanos de muchas iglesias y por toda la gente de su pueblo, os cuento la historia de una pareja mayor que fielmente, ¡y con mucha ilusión!, ponía la mesa de libros junto al mercado del pueblo cada jueves, sol o lluvia, durante 25 años. Hablaban de Cristo a todo el mundo que se acercaba, de la religión que fuese, con materiales apropiados para cada uno. Compartían esta palabra con poder, amor, vigor, simpatía, ánimo, valentía y persistencia. Todo el mundo los conocía y los esperaba. Algunos se burlaban, la mayoría se mostraban indiferentes, pero ¡algunos se convirtieron! Había fruto, y mucho. Nadie podía negar que un profeta ha estado entre ellos. Como dice la mujer: “La universidad da títulos, pero los dones los da Dios”. Ellos ciertamente tenían el don de la evangelización.

Hace muy poco el Señor lo tuvo a bien llevarse a su fiel siervo, al marido de esta pareja, después de 39 años de matrimonio, siempre sirviendo al Señor juntos. Terminó de dar testimonio mediante el Salmo 101 a una persona que le visitaba en casa. Cuando la visita se fue, él fue al lavado antes de cenar y nunca llegó a la mesa. Ya había dado su última predicación. Pero, ¿qué digo? ¡De ninguna manera! Continúa predicando. La gente se acuerda de lo que él les decía en vida. Ellos mismos testifican de cómo sus palabras les vienen con poder y insistencia, vez tras vez. Han quedado grabados en sus oídos y siguen hablando.

¿Y qué de la mesa? La mesa continúa. Ella dice que de ninguna manera se había de parar esta obra. Dos semanas después de la partida de su esposo, ella estaba en su puesto de siempre, acompañada esta vez por otros de la iglesia, incluyendo algunos que han encontrado al Señor por medio de la mesa. Quieren apoyar la obra que les ha llevado a la vida. Todo el mundo ha tomado nota de la fe de la esposa y la fuerza que el Señor le está dando. En su dolor no se ha olvidado de la gente que todavía anda sin Cristo. Su presencia allí en la plaza sin su marido es conmovedora. Habla elocuentemente de la brevedad de la vida y la certeza de la muerte. El sitio de su marido queda vacía, pero el Espíritu del Señor lo llena, y desde allí habla a los que pasan a lado de la mesa. Les recuerda que también morirán y tendrán que dar cuentas a Dios. Les recuerda la hermosura del matrimonio unido y el amor que sobrevive la muerte. Les recuerda que el creyente habla de su Señor siempre que vive y después de la muerte también, porque las palabras de Dios en boca del creyente nunca mueren, sino permanecen para siempre vivas, invitando a la gente a venir a Cristo y ser salvos mientras tienen la oportunidad, porque después será demasiado tarde.

Si pasas por el puesto este jueves verás a una mujer no muy alta, pero muy grande en el Señor, y verás una silla vacía a lado de la mesa que sigue hablando del Salvador. No está sola, ni mucho menos. Hermanos de la iglesia la ayudan, sus amigos convertidos de la mesa apoyan el ministerio, ¡hasta gente de sus clases de catalán que está dando ahora visitan la mesa! No deja de dar testimonio a todo el mundo. “Hasta que el Señor me tenga aquí, yo estaré trabajando para Él”, nos dice con una sonrisa y el ánimo que Dios le da. A Él sea la gloria.