“Ninguna palabra dañina salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, que comunique gracia a los que están oyendo. Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Sea quitado de vosotros toda amargura y enojo, e ira, y grito airado y maledicencia, junto con toda maldad. Sed bondadosos los unos con los otros, compasivos, perdonándoos los unos a los otros como también Dios os perdonó en Cristo” (Ef. 4:29-32).
En la providencia de Dios, sin saberlo el uno ni el otro, ayer el Señor guió a mi marido a predicar sobre el mismo texto que yo compartí en el devocional, aplicándolo esta vez a la vida de la iglesia. Estos son mis apuntes de su mensaje:
En el primer capítulo de Efesios el apóstol ya ha hablado del Espíritu Santo: Habiendo creído el evangelio de nuestra salvación, fuimos “sellados con el Espíritu Santo prometido, que es arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión” (Ef. 1:13, 14). Allí también vemos el gran propósito de Dios, el de “reunir todas las cosas en Cristo” (1:10). Vivimos en un mundo de conflicto, fragmentación y división. El diablo separa, causa disensión, guerras y daño, mientras que Dios es un Dios de armonía, orden y unión. En la segunda mitad de esta epístola Pablo nos explica cómo debemos vivir a la luz del plan divino de unificación, restauración y reconciliación. Se caracteriza por párrafos acerca de cómo debemos andar: “Os ruego que andéis… solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu…una misma esperanza…” (4:1-4). “Digo y requiero que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente,…” (4:17). “Andad en amor, como también Cristo nos amó” (5:2). “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios, sino como sabios” (5:15).
Pablo empieza la segunda parte de su epístola hablando de dones (4:1-16), de la unidad en medio de la diversidad, pues el don de cada uno es diferente, pero dado para el bien del cuerpo entero. Los dones de mis hermanos son míos; yo aprovecho de ellos. Luego el apóstol habla de cómo hemos de dejar la vieja manera de vivir, de “despojarnos del viejo hombre” y vestirnos del nuevo hombre, “que fue creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (4:22-24). El Espíritu Santo es quien nos transforma de gloria en gloria para ser como Cristo. Esto requiere colaboración y esfuerzo de nuestra parte. Viene una serie de instrucciones:
Hemos de decir que “no” a la mentira y “sí” a la verdad. Somos miembros los unos de los otros, por lo tanto, nada de engaño o mentira. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”. Dios es Dios de ira. Debemos sentir ira frente al pecado como Dios lo siente, pero dejar la venganza en sus manos. “Airaos” es un mandato positivo, pero hemos de airarnos sin pecar y no dejar lugar al diablo. En la convivencia en la iglesia hay atropellos. No debemos permitir que vayan a más. Debemos perdonar y solucionarlos rápidamente, sin dejar que el sol se ponga sobre aquello, si no, daremos lugar al diablo en la congregación. No debemos robar (4:28). Esto es de cajón. Pero no solo no robar, sino dar. Esto significa que debemos preocuparnos los unos por los otros, si no, algo anda mal. Hemos de compartir con los pobres, cubrir sus necesidades. “Ninguna palaba dañina salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, que comunique gracia a los que están oyendo, y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios” (4: 29, 30). Si no cuidamos estas cosas, podemos entristecer al Espíritu Santo. …/…