“Ninguna palabra dañina salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, que comunique gracia a los que están oyendo. Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Sea quitado de vosotros toda amargura y enojo, e ira, y grito airado y maledicencia, junto con toda maldad. Sed bondadosos los unos con los otros, compasivos, perdonándoos los unos a los otros como también Dios os perdonó en Cristo” (Ef. 4:29-32).
El amor es mucho más que un sentimiento. Nuestros sentimientos son inestables, un fundamento demasiado frágil. Si se edifica la casa sobre ellos, será sacudida con cada cambio de sentimiento, como en un terremoto, hasta caer. El amor incluye pasión, pero también incluye amistad, entrega, compromiso, lealtad, cariño e intimidad. Son estas cosas que mantienen viva la relación, no la pasión inicial. En la ceremonia de bodas lo más importante son los votos. Cada uno se compromete a la fidelidad hasta la muerte, si la otra persona cumple con su parte o no. Si luego la convivencia resulta insoportable, busca ayuda y pone lo necesario de su parte para que funcione su matrimonio. Si el marido rompe el pacto y se va con otra, la mujer no rompe su parte. Se ha comprometido con él hasta que la muerte los separe, y será fiel a su promesa no importa lo que haga él.
En toda relación hay diferentes puntos de vista, desacuerdos y conflictos, y el matrimonio no es ninguna excepción. Si no hay conflictos nunca, algo anda mal. Uno de los dos ha sido anulado, o se ha encerrado en sí mismo. La sumisión de la mujer (Ef. 5:22) no significa que ella ha dejado de pensar o de tener criterio. Significa que, después de opinar, si uno tiene que tomar una decisión, sea el hombre, ¡y que él decante a favor de las intereses de su esposa! Esto es amor.
Cuando hay un conflicto y uno ha sido ofendido, o los dos, hay que aplicar la enseñanza bíblica que tiene que ver con las relaciones humanas: Ef. 4:17-6:20, por ejemplo. Es importante que haya reconciliación rápida cuando hay conflicto y que no se prolongue el enojo, porque se convertirá en rencor, resentimiento y amargura y éstos, al final en intolerancia y rechazo y la ruptura de la relación. El que es creyente no permite que esto llegue por su parte. Se abre. Habla. Busca reconciliación. Perdona y acepta. Tiene misericordia y ama.
Si no hay perdón, la relación se convierte en una mera tolerancia y esto no es el plan de Dios para el matrimonio. El amor y la tolerancia son muy diferentes. El Señor nunca dijo que hemos de tolerar a nuestros enemigos, sin amarlos. La tolerancia es el aguante, es no hacer caso al otro, es evitarle lo máximo posible e independizarte emocionalmente de él. El matrimonio, en cambio, es una relación de interdependencia, comunicación y respeto mutuo. Dios puede hacer milagros en la relación si solo uno de los cónyuges obedece estas instrucciones de su Palabra: “Ninguna palabra dañina salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, que comunique gracia a los que están oyendo. Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Sea quitado de vosotros toda amargura y enojo, e ira, y grito airado y maledicencia, junto con toda maldad. Sed bondadosos los unos con los otros, compasivos, perdonándoos los unos a los otros como también Dios os perdonó en Cristo”. Amén. Así sea.