“Ellos anunciarán mi gloria entre las naciones. Y como los hijos de Israel traen su ofrenda en utensilios puros a la Casa de Jehová, así de todas las naciones traerán a todos vuestros hermanos, en caballos, en carros y en literas, en mulos y dromedarios hasta mi Santo Monte en Jerusalem, como ofrenda a Jehová, dice Jehová, y entre ellos escogeré sacerdotes y levitas, dice Jehová” (Isaías 66:19-21).
“Ellos” hacen dos cosas: “anuncian” y “traen”. Anuncian la gloria de Dios entre las naciones y traen a los conversos a la Casa de Dios en Jerusalén. Estos “ellos” son los apóstoles, judíos cristianos esparcidos, misioneros y evangelistas que irán por todo el mundo predicando el evangelio. Los nuevos convertidos llegarán a Jerusalén en distintas clases de transporte: caballos, carros, literas, mulos y dromedarios; una descripción emocionante de gente convergiendo sobre la santa ciudad de todas partes del mundo. ¿No te hace ilusión? Llegarán traídos por los judíos como “ofrenda a Jehová”, algo que le gusta al Señor y le gratifica, aceptable delante de Él.
Todos estos formarán parte de su pueblo. No habrá distinción entre judíos y gentiles. Serán un solo pueblo: “Y entre ellos escogeré sacerdotes y levitas.” Ya sabemos que esto es imposible. ¿Cómo van a ser gentiles sacerdotes y levitas? Para ser sacerdote uno tenía que nacer de la familia de Aarón y de Leví. Un alemán o un chino, ¿sacerdote? Un etíope, ¿levita? Cuando vino el Espíritu Santo en el día de Pentecostés: “Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Partos, medios, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Poto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en la regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tantos judíos como prosélitos, cretenses y árabes” (Hechos 2: 5, 9-11) y vino el Espíritu Santo sobre todos los que creían. De judíos y gentiles Dios hizo un solo pueblo en Cristo.
Con estas palabras (66:19-21) Isaías profetiza la formación de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios en Cristo. A los nuevos creyentes en Cristo Pablo dice: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa”. Por medio de la cruz, Dios reconcilió a judíos y gentiles en un solo cuerpo, “así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino que sois conciudadanos con los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef. 2:19). Isaías profetiza: “Entre ellos escogeré sacerdotes y levitas, dice Jehová”, y en cumplimiento de esta profecía Pedro escribe: “Sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santo, pueblo por posesión… Los que en un tiempo no erais pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios” (1 Pedro 2:9,10).
Así Dios cumplió en Cristo la promesa que dio a Abraham: “Y haré de ti una nación grande… y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Gen. 12:2, 3). Los verdaderos hijos de Abraham son los que son de la fe de Abraham, de todas las naciones de la tierra. ¡Qué promesa más grande hizo Dios a su amigo! ¿Quién lo habría anticipado? Y todos nosotros, judíos y gentiles, adoraremos al Dios verdadero, Creador cielos y tierra, el Dios de todas las familias de la tierra, en Jerusalén.