PERO VEMOS A JESÚS

“Pero vemos a Aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles: a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustara la muerte por todos. Porque convenía a Aquél por cuya causa son todas las cosas, y por medio del cual todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar a muchos hijos a la gloria, perfeccionara por medio de padecimientos al Autor de la salvación de ellos” (Heb. 2:9, 10).

Cuando miramos al hombre que está sufriendo en la cruz, ¿qué vemos? Muchos se fijan en los sufrimientos and entran en detalles morbosos describiendo el dolor, las azotes, las llagas, la corona de espinas, los clavos, etc., como Mel Gibson en la película “La Pasión”, pero este no es el énfasis bíblico. Los evangelistas no se centran en el sufrimiento físico de Jesús, ni hablan de su dolor. Lo importante no es lo que padeció el Señor, sino su muerte. Es su sangre la que nos limpia de nuestro pecado, no su dolor; su muerte fue en expiación de nuestro pecado, no su angustia. Algunos crucificados duraban hasta tres días antes de morir, con dolores indecibles, pero Jesús solo estuvo en la cruz 6 horas, porque no es la intensidad del dolor la que salva, sino su muerte en nuestro lugar. La paga del pecado es la muerte, no el sufrimiento. No hizo falta que sufriese más tiempo.

Vamos a volver a nuestro texto: “Pero vemos a Aquel”. Cuando le vemos en la cruz, no vamos a fijarnos en su sufrimiento, sino en Él. Y mirando a Él, ¿qué vemos? Vemos paciencia. “Siendo oprimido (aunque fue Él quien se humilló a sí mismo), no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero, y como la oveja enmudece ante sus trasquiladores, así no abrió su boca” (Is. 53:7). Vemos a una Persona con dominio propio, humildad, entereza, a alguien que acepta con voluntad activa lo que Dios le hace, y lo encuentra justo, porque entiende lo que está haciendo. Colabora con la voluntad de Dios: “Ofrecí mis espaldas a los que me azotaban” (Is. 50:6).Ya había dicho todo lo que tenía que decir en esta vida, así que pudo cerrar la boca y dejar que Dios tuviese la última palabra, ¡y la tuvo! No tuvo necesidad de defenderse o de acusar a otros. No dijo nada para hacer que otros tuviesen lástima de Él. Vemos a uno que conoce las Escrituras y cita las que está viviendo, en el momento preciso.

Vemos a uno que está consciente de su estado físico, reconoce que tiene sed, pero está pensando en otros. Ve la fe del que muere a su lado y le consuela prometiéndole el reino. Ve a los que se burlan de él, y deja que sus palabras quebrantan su corazón, porque da valor a las personas y recibe lo que le dicen: “El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé. Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Salmo 69:20, 21). Vemos a uno que es totalmente humano. No se ausenta de lo que está viviendo; lo vive intensamente, está presente y lo capta todo. Vemos a una persona con fe: “Aunque me mate, en Él esperaré” (Job 13:15). “Confió en Dios”, dijeron sus adversarios, y tenían razón. Entregó su espíritu diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, con la fe intacta. “Vemos a Jesús coronado de gloria y honra a causa del padecimiento de la muerte”, nunca más hermoso que cuando soportó la cruz con los cinco sentidos despiertos, totalmente consciente de lo que estaba viviendo, padeciendo con propósito, por amor a ti y a mí.