“Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi Palabra” (Is. 66:2, BA).
En este versículo, Dios mismo dice lo que valora en una persona que se confiesa creyente en Él. Es alguien que es humilde y contrito de espíritu y que tiembla ante su Palabra. Si no es así, Dios le descarta. Vamos ahora a mirar esta tercera característica del verdadero creyente: “Tiembla ante la palabra de Dios”. Su actitud delante de la Biblia es uno de supremo respeto. Ama la Palabra, la trata con reverencia y se somete a ella, la conoce, pasa tiempo en ella, medita en lo que lee, aprovecha cada oportunidad que se presenta para aprender más de ella, pone en práctica lo que aprende, teme pecar contra Dios, y como consecuencia, vive una vida de santidad. Como es humilde, no soberbia, no piensa que conoce toda la Biblia y que no hay nadie que le pueda enseñar nada. Si es anciano o pastor, no se sienta “en la cátedra de Moisés” (Mat. 23:2), como orgulloso y prepotente fariseo, pero tampoco es un creyente ignorante de la Palabra.
Hoy día hay un gran desprecio de la Palabra ante los que profesan ser cristianos evangélicos. No estudian la Biblia en sus casas como hacía la generación de nuestros padres. Puede ser que la lean, pero no dedican horas cada semana a su estudio. Las iglesias han mayormente eliminado sus estudios bíblicos de entre semana. Si hay un estudio bíblico semanal, al principio del año la asistencia es relativamente buena, pero al final, hay muy pocos que todavía asisten. La gente está ocupada, vive lejos de la iglesia, y se llena de otras cosas. No tienen mucho interés. Cuando se ofrece conferencias especiales al público evangélico de estudio de la Palabra, la respuesta suele ser muy pobre, hasta deprimente. Si quieres que vengan las masas, montas un concierto, no una conferencia bíblica. Sencillamente, no interesa.
El resultado es que hay poco conocimiento de la Palabra hoy día. Si preguntas al creyente promedio cómo termina el libro de Isaías, no lo sabe. Si le pides que trace la historia de Israel, empezando con Abraham, no puede. Si le preguntas cómo finalmente los discípulos se dieron cuenta de quién era Jesús, no podrían responder. Y si les pides que expliquen el propósito del sufrimiento, les costaría mucho responder. ¡Hay pocos que pueden dar una explicación coherente del evangelio! Cuando surgen problemas en la vida, no saben buscar dirección o consuelo en la Palabra.
Es más, el texto sigue diciendo que los que tiemblan ante la palabra pueden ser despreciados por los que pretenden ser sus hermanos: “Oíd palabra del Jehová, los que tembláis ante su palabra: dicen vuestros hermanos que os aborrecen, que os rechazan por causa de mi Nombre; ¡Muestre ahora su gloria Jehová, y veamos vuestro gozo!” (66:5). Hay un precio que pagar por la fidelidad a la Palabra. Cuando uno ama la Palabra y vive una vida de santidad como consecuencia, puede tener problemas en la misma iglesia con los que tratan la Biblia con ligereza y la interpretan de acuerdo con lo que es políticamente correcto hoy en día para no chocar con la sociedad en que vivimos. “Pero ellos serán avergonzados” (v. 5). El Señor aparte su mirada de ellos (v. 2). El creyente que se deleita en la Palabra de Dios es el que será estimado por el Señor.