“Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey” (Salmo 48:1, 2).
¿Cuándo será Jerusalén el gozo de toda la tierra? Desde luego, ahora no lo es. Y menos lo era en tiempos de Jeremías cuando yacía en ruinas, cuando los enemigos de Dios se burlaban haciendo referencia al salmo diciendo: “¿Es esta la ciudad que decían de perfecta hermosura, el gozo de toda la tierra?” (Lam. 2:15). ¡Cómo sabe el enemigo tocar las fibras que más duelen!
La esperanza de todo creyente es la milagrosa restauración de esta ciudad a una belleza que nunca ha conocido, por obra de Dios. La Biblia termina con esta promesa: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apoc. 21:1), lo mismo que decía Isaías: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra…” (Is. 65:17). “Los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová” (Is. 66:22). El apóstol sigue hablando: “Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén descender del cielo de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apoc. 21:2). Esta es Jerusalén, la de arriba que desciende a este mundo hecho nuevo. ¡Qué cosas esperamos! Isaías escribe: “Y me alegraré con Jerusalem, y me regocijaré con mi pueblo, y ya no se oirá en ella voz de lamento y llantos” (Is. 65: 19). Y el apóstol escribe: “Enjugará Dios toda lágrima de sus ojos, y ya no existirá la muerte, ni habrá ya llanto, ni clamor, ni dolor. Las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apoc. 21: 4, 5).
La Jerusalén que conocemos ahora será transformada, transfigurada. Es una figura de la que será: “Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde al Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre. Porque está escrito: “Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz; prorrumpe en jubilo y clama, tú que no tienes dolores de parto; porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido” (Gal. 4:25-27). ¡Este es Pablo citando Isaías! (Is. 54:1). Dice que las profecías sobre los hijos de Jerusalén tienen su complimiento perfecto en la Jerusalén de arriba que será poblado de multitudes de hijos, ¡los salvos de todas las naciones de la tierra! ¡Jerusalén nunca estuvo de parto, porque son hijos adoptivos! (Rom. 9:7, 8). Dice Pablo a los gálatas, que son gentiles: “Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa” (Gal. 4:28). ¡El judío Pablo llama “hermanos” a estos gentiles y los promete que estarán en la Jerusalén de arriba!
El escritor de la carta a los Hebreos hace referencia a la Jerusalén de arriba, diciendo que allí tenemos nuestra ciudadanía: “Os habéis acercado al monte Sion, y a la ciudad del Dios vivo: a Jerusalén la celestial, y a las miríadas de ángeles, a la Iglesia de los primogénitos inscritos en los cielos, a Dios, Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos perfectos, y a Jesús, Mediador del Nuevo Pacto” (Heb. 12:22-24). Sí, nos hemos acercado; ¡formamos parte! Es nuestra ciudad y nuestra patria. Cantemos:
JERUSALÉN LA HERMOSA
Una noche con la luna, Cristo lloraba; Y contemplaba la ciudad santa.
¡Oh, Jerusalén la hermosa! Tú que has matado cuantos te ha enviado mi Padre Dios.
Oh Jerusalén, Jerusalén, Ciudad de Sion, llora por ti hoy mi corazón:
Como el ave al hijo le da siempre protección, vine yo a traerte salvación.
Una Iglesia floreciente, hoy ha nacido del lado herido por mis maldades.
Y si habitas protegido por Jesucristo, te encuentras listo para ir con Él.
Y cuando Jesús moría en cruz clavado, al vil malvado Él bendecía.
Si aceptas hoy la sangre que ha derramado, serás llevado a Jerusalén.
Carlos López