“¡No te excedas en la ira, oh Jehová, ni te acuerdes para siempre de la iniquidad! ¡Te lo rogamos, pues todos nosotros somos pueblo tuyo! ¿Te callarás acaso, y nos afligirás sin medida?” (Is. 64:9, 12).
Esta es la angustiada pregunta que hacen tanto Isaías como Jeremías: ¿Has acabado con Israel? Jeremías hace esta pregunta después de la caída de Jerusalén: “¿Te olvidarás para siempre de nosotros? ¿Nos abandonarás por tanto tiempo? Oh Jehová, haz que volvamos a Ti, y volveremos; renueva nuestros días, para que sean como en tiempos antiguos, o, ¿nos has desechado del todo y estarás siempre airado contra nosotros?” (Lam. 5:20-22). En ambos casos es la última cosa que sale de la boca del profeta. Así termina el libro de Lamentaciones. ¡Impresionante! ¿Has acabado con nosotros? O bien nos salvas, o bien nos desechas, no hay término medio, porque nosotros no vamos a mejorar. No hay esperanza en nosotros. No importa lo que nos pasa, por nosotros solos no vamos a arrepentirnos. No hay sufrimiento, ni la destrucción de Jerusalén, ni el hambre, ni la espada, ni la pestilencia que nos moverá a volver a Ti. Si Tú no nos llevas al arrepentimiento, no hay nada que hacer.
Jeremías se encontraba con los judíos que se habían quedado en Jerusalén, los más miserables y los más alejados de Dios. Los que habían recibido la palabra de Dios habían ido a Babilonia, pues Dios había dicho que para salvarse habría que unirse con las fuerzas de ejército conquistador, y los creyentes lo habían hecho. Los babilonios ya habían deportado a todos los nobles, toda la gente educada, los artesanos, los fuertes, los más preparados. La respuesta a las oraciones de Isaías y Jeremías no estaba en la gente que quedaba en Jerusalén, sino en los que se habían ido a Babilonia, los de la cautividad. Eran éstos los que iban a volver a Jerusalén en 70 años para reedificar la ciudad y restaurar sus muros. Los que se habían quedado en Jerusalén con Jeremías, lo habían hecho en contra de la voluntad de Dios. Muchos de ellos luego iban a desertar a Egipto, también en contra de la voluntad expresa de Dios.
La política de Babilonia era deportar a los conquistados y llevarlos a vivir en otro país conquistado. Iban a introducir a gentes de otros países en Jerusalén y ellos iban a mezclarse con los judíos que quedaban en la ciudad. Se casarían entre ellos y formarían otra raza, una mezcla de judíos y paganos, gente que en tiempos de Jesús se llamarían los samaritanos. Serían enemigos de los judíos y gente odiada por ellos.
¿Contestó Dios la oración de sus siervos? La respuesta está en el remanente que volvió de la cautividad. Allí en Babilonia, Dios los envió al profeta Ezequiel. Allí, lejos de todo lo que amaban, muchos buscaron a Dios y fueron salvos. A los salvos de Israel, Dios iba a añadir a los salvos de las naciones. Rindió los cielos y bajó en la Persona de Cristo, y Cristo comenzó y está formando su Iglesia, compuesta de judíos y gentiles. Éstos constituyen el verdadero pueblo de Dios. La Iglesia es la respuesta a las oraciones de los profetas.