“Oíd palabra de Jehová, los que tembláis ante su Palabra: Dicen vuestros “hermanos” que os aborrecen, que os rechazan por causa de mi Nombre: ¡Muestre ahora su gloria Jehová, y veamos vuestro gozo! Pero ellos serán avergonzados” (Is. 66: 5).
El resto del capítulo, que es final del libro de Isaías, habla del fin de estos dos grupos, de los falsos creyentes y de los verdaderos. Los falsos se burlan de los verdaderos diciéndoles: “Qué Dios muestre su gloria para que veamos vuestro gozo”. ¡Desafían a Dios! Dicen, en efecto: “Vosotros creéis que Dios hará milagros; pues, que los haga, y veremos cómo os contentáis”. Es uno de estos casos en la Biblia en que los enemigos de Dios dicen una verdad profética (Ver Mat. 27:42 y Juan 11:49-51). Dios ha escuchado su burla y ahora dará una larga explicación de cómo, efectivamente, Él va a mostrar su gloria para el gozo de los que realmente le conocen. Los burladores la verán también, pero no para su gozo, sino para su condenación eterna. Así que el libro de Isaías termina, con el gozo de los redimidos en la Jerusalén celestial (66:10-14 y 19-23), y el tormento de los burladores donde “su gusano no morirá, ni su fuego se extinguirá” (66:24), igual que el libro de Apocalipsis. Vayamos por partes:
La gloria de Dios se muestra en el nacimiento de una nueva nación, la Iglesia Universal, el Israel de Dios, compuesto de judíos y gentiles: “¡Antes que estuviera de parto, dio a luz un hijo!” (66:7). Este es un nacimiento milagroso, una obra de Dios. “¿Quién ha oído cosa semejante? ¿Nacerá una nación de una sola vez?” (v. 8). Solo Dios puede hacerlo. Él empezó la formación de una nación santa con Abraham y Dios acaba todo lo que empieza: “Yo, que abro la matriz, ¿no haré parir?”, dice Jehová. No es impotente para terminar su obra, y la terminará de forma milagrosa. La Iglesia que nació del costado abierto de un Hombre muerto es un milagro de Dios. Nació Israel de Abraham, un hombre casi muerto; Jesús estaba muerto de todo. Aquí tenemos la conclusión de profecías anteriores del parto milagroso (Is. 49:21 y 54:1) y del Siervo sufriente que muere sin hijos y resucita para encontrar descendentes (Is. 53:10, 11), ¡toda una nación de ellos!
La nueva nación tiene su capital en la nueva Jerusalén. En ella, los verdaderos creyentes tendrán su gozo, ¡justo lo que los enemigos de Dios profetizaban sin saberlo!: “¡Alegraos con Jerusalem, gozaos con ella todos lo que la amáis!” (66:10). Los creyentes que han sufrido las burlas de los falsos creyentes ahora tendrán gozo y consolación en la nueva Jerusalén: “Porque mamaréis a sus pechos y saciaréis de sus consolaciones, y succionaréis gozosos las ubres de su gloria… Así Yo os consolaré; en Jerusalem seréis consolados; y al verlo, vuestro corazón se regocijará” (66:11, 13, 14). Verán la gloria de Dios en la formación milagrosa de esta Ciudad y serán consolados del luto que llevaban sufriendo por ella en su estado anterior, con sus errores, su debilidad e ineficacia frente al mundo, la presencia en su interior de unos que comprometen en su fe y de otros que son apóstatas, y todo su sufrimiento anterior desaparecerá en el gozo de la gloria de Dios revelada en la Nueva Jerusalén.