EL FINAL DE LOS BURLADORES

“La mano de Jehová se manifestará a sus siervos, y su ira sobre sus enemigos” (Is. 66:14).

Aquí tenemos la trágica suerte de los que se creían creyentes, pero no lo eran. Son los que se burlaban y perseguían a los verdaderos hijos de Dios, a “los que tiemblan ante su palabra” (66:5). Los otros la conocen, pero la distorsionan. La cambian para que encaje con sus conveniencias, y persiguen a los “desfasados” que la interpretan tal como la leen, con mucho temor a Dios. Los que buscan vivir una vida de santidad siempre han tenido sus mayores opositores entre los que profesan ser creyentes.

¿Qué será de ellos? “Porque he aquí, Jehová viene en el fuego, y como el torbellino con sus carros, para convertir su ira in llamas, y su voz de reprensión en fuego. Pues mediante el fuego Jehová hará justicia, y mediante su espada respecto a todo mortal, y serán muchos las víctimas de Jehová” (66:15, 16). Este es la terrible suerte de los que estaban tan cerca de Dios, pero tan lejos. Manipulaban Su Palabra para su destrucción eterna.

Éstos últimos verán la gloria de Dios de la cual hablaban burlándose: “¡Muestre ahora su gloria Jehová, y veamos vuestro gozo!” (v. 5). El Señor responde: “En cuanto a Mí, llegará el tiempo de congregar a todas las naciones y lenguas, y vendrán y contemplarán mi gloria” (66:18). Dios mostrará su gloria en su nueva creación y estos impíos verán el gozo de los hijos de Dios, pero será para vergüenza suya. “A una serán consumidos, dice Jehová, porque Yo conozco sus obras y sus pensamientos” (v. 17). Los justos “saldrán, y mirarán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra Mí; Su gusano no morirá, ni su fuego se extinguirá, y será el horror de todos los mortales” (v, 24). Así termina el libro de Isaías, con una descripción del infierno, con resonancias del libro de Apocalipsis: “Y vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado en él, ante cuyo rostro huyeron la tierra y el cielo, y no fue hallado lugar para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, en pie delante del trono, y unos rollos fueron abiertos, y también fue abierto otro rollo, el cual es de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que habían sido escritas en los rollos, según sus obras… Y el que no fue hallado inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago del fuego” (Ap. 20: 11-15).

Al escribir estas líneas, no para de resonar en mi cabeza un himno que aprendí de joven:

“Soñé que el día del gran juicio había llegado/ y que la trompeta había sonado; / Soñé que las naciones se habían congregado para ser juzgados / delante del gran Trono Blanco. / Desde el trono vino un ángel resplandeciente / y paró sobre la tierra y el mar, / y juró con su mano alzado al cielo / que el tiempo ya no sería más.

Estribillo:

Y ay, ¡qué de llantos y lamentos / cuando los condenados fueron informados de su suerte!; / clamaron que las piedras y las montañas los cubriesen; / oraron, pero su oración llegó demasiado tarde”.

Leander L. Pickett, 1894