CUANDO TODO SE HA ACABADO

“Oh Jehová, haz que volvamos a ti, y volveremos; renueva nuestros días, para que sean como en tiempos antiguos, o, ¿nos has desechado del todo y estarás siempre airado contra nosotros?” (Lam 5:21, 22).

El profeta está diciendo: el país está acabado. Ha sido conquistado. La tierra pertenece a otra nación, su gente ha sido deportada, el templo está destruido. Está en ruinas. No queda nada. Hay dos posibilidades, o bien nos restauras, Señor, o bien nos has rechazado para siempre. Si no nos has desechado ya, restáuranos. La única posibilidad que Israel podría sobrevivir como nación en el mundo es que Tú lo restaures. No hay más. Es imposible que Israel se vuelva a levantar. Nosotros no tenemos los recursos humanos, ni la potencia militar, ni la libertad política para hacerlo. El templo, el Monte Sión, que representaba la presencia de Dios en medio nuestro, el centro de la vida religiosa y social, está desolado. Ya no hay nada que hacer. “Ay de nosotros, porque hemos pecado” (v. 16). O bien Tú, oh Dios, nos levantas y nos restauras, o bien desaparecemos para siempre. Esta es la oración del profeta. Si no has acabado con nosotros para siempre, restáuranos.

Siempre que podamos remontar con nuestro esfuerzo, no necesitamos a Dios. Nos bastamos a nosotros mismos. Calculamos, planeamos. Pensamos que si esta persona nos ayuda, si ocurre esta cosa o esta otra, con un poco de esto y un poco de esto otro, podemos salirnos de esta situación y seguir adelante. Pero cuando hemos llegado al final de todos nuestros recursos y posibilidades, cuando hemos topado con el muro al final del callejón sin salida y no podemos volver atrás, cuando el Mar Rojo está delante y el ejército de faraón detrás, entonces es cuando sabemos a ciencia cierta que, si Dios no nos ayuda, no hay nada que hacer.

Dios nunca desecha a la persona o nación arrepentida. El profeta ha clamado confesando el pecado de Israel, intercediendo a favor de ellos. No presume con la ayuda de Dios. Se humilla y la busca. ¿Cómo hemos tú y yo llegado a estar en esta situación tan imposible? Escudriñemos nuestro corazón. Preguntemos al Señor si ha sido por nuestra culpa. Israel no tuvo que preguntar, el Señor se lo había dicho mil veces. El profeta está en el suelo delante de Dios. Reconoce que todo este mal les ha sobrevenido debido a su rebeldía. Merecen ser extinguidos como pueblo. ¿Dios ha escrito un “final” a su historia? ¿Los ha rechazado para siempre? La única posibilidad de supervivencia es que Dios haga un milagro, que se mueva para restaurarlos.

Cuando decimos al Señor que todas las puertas se nos han cerrado por nuestra rebeldía, y, si no se ha acabado con nosotros, que nos restaura, que “renueve nuestros días, para que sean como en tiempos antiguos”, Dios se levanta en nuestro rescate. La respuesta de la oración de Jeremías tenemos en el versículo siguiente, Ezequiel 1:1, ¡Dios abrió los cielos! Socorrió a su pueblo en la cautividad, estuvo con ellos, y, con el tiempo, los restauró. Los llevó de nuevo a Israel para edificar las antiguas ruinas. Y siguió contestando esta oración en Cristo, por medio de quien nos restauró y nos volvió a sí mismo, ¡mejor que nunca!, y lo hará en la Nueva Jerusalén, ya de forma permanente.