CORAZÓN, MENTE Y CUERPO

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamiento en Cristo Jesús” (Fil. 4: 6, 7).

La oración es una actividad espiritual; sin embargo, da paz a la mente y tranquiliza las emociones. La persona afanada, ansiosa o preocupada ora y suplica, pero lo hace con tanta confianza en Dios que puede acompañar sus oraciones con acción de gracias, porque sabe que ya están conocidas delante de Dios, y que Dios está en ello. El resultado es que tiene paz en su corazón y en su mente.

Esto no le exime de la responsabilidad de disciplinar su mente. El apóstol continúa hablando: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (v. 8). Después de orar no va a estar pensando en su problema, con ansiedad y perturbación, sino en otras cosas, las que figuran en esta lista. Esto requiere mucho esfuerzo de nuestra parte, para no seguir dando vueltas a nuestros problemas. Hemos de redirigir la mente para pensar en cosas positivas, en cosas que nos elevan y nos llevan a alabar a Dios.

“Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced” (v. 9). Este es el tercer componente de la vida espiritual, la conducta. La persona tiene que cultivar la oración, disciplinar su mente, y además, vivir correctamente. En el apóstol Pablo tenemos el ejemplo. Nosotros no hemos oído a Pablo en persona, pero hemos leído lo que ha escrito, lo hemos estudiado y escuchado en sermones. Él es nuestro modelo: “Sed imitadores mí, así como yo de Cristo” (1 Cor. 11:1). No solo es cuestión de creer la doctrina del apóstol, sino de imitar su vida. ¿Cómo vivía Pablo? Totalmente dedicado al Señor Jesús, llevando su evangelio por todo el mundo, amando a los hermanos y ayudándoles a crecer en su fe, siempre orando y dando gracias a Dios por todo. Altamente positivo, lleno del Espíritu Santo y de la Palabra, con fe en confianza en Dios. Obediente. Sacrificado. Amando su venida. Todos podemos añadir más cosas a la lista, porque sabemos cómo vivía Pablo. Así es cómo hemos de vivir nosotros.

¿Y cuál será el resultado? “Y el Dios de paz estará con vosotros” (v. 9). Dios estará con nosotros. Tendremos paz por dentro y paz por fuera. Nuestra mente y nuestro corazón estarán en paz y nuestro cuerpo estará llevando a cabo la voluntad de Dios. Así es cómo se vive la vida cristiana.