“No callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia y su salvación se encienda como una antorcha. Entonces verán las gentes tu justicia y todos los reyes tu gloria; y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo” (Is. 62: 1-3).
¡Levántate y brilla! Alumbra con la gloria de Dios. Este es el mensaje profético para la iglesia de hoy y para todo creyente que ha experimentado la salvación de Dios. No tenemos gloria propia. Él es nuestra luz y nuestra gloria. Nos ha hermoseado con su salvación. Él se ha glorificado en nosotros rescatándonos, lavándonos de nuestros pecados, y dándonos nueva vida en Cristo, transformándonos a su imagen. Cristo es nuestra gloria. Brillemos con la luz de su magnífica Persona.
Y, ¿qué ocurre después de redención? Matrimonio. Este es el orden bíblico. Booz redimió a Rut y se casó con ella. Dios encontró a Israel en sus vergüenzas y la lavó para hacerla su novia (Ez. 16). Cristo nos salva para casarse con su Iglesia (Apoc. 19:7). Y esto es lo que tenemos aquí. Dios encuentra a Israel abandonada y desolada y la hermosea y se esposa con ella: “Nunca más te llamará Desamparada, ni tu tierra se dirá más Desolada; sino que serás llamada Jefzib-ba (“Mi deleite está en ella”), y tu tierra Beula (Desposada); porque el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada. Pues como el joven se desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (v. 4, 5). La historia culmina con la cena nupcial del Cordero.
Ya que hemos visto que el final de Israel será glorioso, que el Redentor se desposa con su Iglesia, ¿qué tenemos que hacer? “Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra” (v. 6, 7). ¿Eres tú una persona que Dios ha escogido para orar y velar para que se lleven a cabo sus propósitos?: “Sobre tu muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás” (v. 6). ¡Qué vocación más hermosa! Sé tú guarda sobre los muros de Jerusalén todo el día y toda la noche velando en oración, clamando a Dios continuamente para que cumpla su promesa, hasta que Cristo vuelva y establezca a Jerusalén por alabanza en la tierra.
Alguno podría preguntar: “Si Dios ya ha dicho que lo hará, ¿para qué tenemos que insistir con Él?”. Porque quiere que deseemos lo que Él desea. Dios prometa y el creyente ora. Oramos con la confianza en que Dios hará lo que ha prometido, con fe en su Palabra, dentro de su voluntad y de acuerdo con ella, y de esta manera nuestro corazón late en harmonía con el suyo, pensamos como Él piensa, y deseamos que se haga su voluntad, y así llegamos a ser uno con Él. No oramos para que Dios haga ciertas cosas, oramos porque las hará, y cuando lo hace, regocijamos con Él, porque hemos recibido el deseo de nuestros corazones.