“Habló Yahweh a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno haga un voto especial, con motivo de dedicar personas al Señor, por medio de dar el valor equivalente, lo valorarás así…” (Lev. 27:1, 2, NVI).
Con estas instrucciones ya llegamos al último capítulo del libro de Levítico y nos pica la curiosidad en cuanto a qué dirá al Señor para terminar este libro de la ley. Parecía una buena conclusión el capitulo anterior con bendiciones prometidas si se cumple la ley, maldiciones si no, y una palabra de gracia para el arrepentido. ¿Qué más puede decir Dios sobre el tema? Pues Dios termina su libro con un colofón, una palabra muy hermosa. Ya no habla acerca de nuestros deberes y obligaciones, sino que nos ofrece la oportunidad de ir por encima de lo exigido y regalarle algo de nuestra libre voluntad, si le amamos y queremos hacerlo. Él nos ha sacado de la esclavitud de Egipto, de la casa de servidumbre, y nos ha introducido en la tierra de la abundancia. Nos ha dado una ley perfecta para gobernarnos en la tierra prometida, ha prometido su presencia en medio nuestro, para ser nuestro Dios con toda la responsabilidad que este compromiso conlleva, y ¿cómo respondemos? ¿Qué queremos hacer, por encima de cumplir con nuestro deber, para mostrarle nuestra gratitud? Podemos presentarle regalos para mostrar nuestra gratitud, muestras de cariño que salgan de la abundancia de nuestro corazón. “¿Qué pagaré al Señor por todos sus beneficios para conmigo?” (Salmo 116:12). Nuestra respuesta frente a tanto amor y misericordia es la gozosa dedicación de nuestros bienes al Señor, la consagración total de todo lo que somos y tenemos al que tanto nos ha dado.
Este capítulo presenta varias opciones: Se puede dedicar al Señor personas, un animal, una casa, una parte del terreno familiar, o un campo que se ha comprado sin que forme parte del terreno familiar. Tenemos el ejemplo de Ana que dedica su hijo Samuel al Señor para servirle todos los día de su vida (1 Samuel 1) y el mal ejemplo de Ananías y Safira que prometieron dar el dinero de una propiedad, pero no dieron todo lo que decían dar (Hechos 5). Se puede dar la cosa misma, o su valor equivalente en dinero. Tenemos una tabla de las posibilidades y lo que vale cada una. En cuanto a las personas, no debemos pensar que Dios está diciendo que un hombre vale más que una mujer. El valor varía según el trabajo manual que la persona puede hacer. Una mujer joven, a efectos de trabajar en el campo, vale más que un hombre mayor, por ejemplo. Una vez dada, no se puede volver atrás, o sea, no se puede redimir. Lo que das al Señor es suyo para siempre. “Ninguna cosa dedicada que cualquiera haya separado para Yahweh de su propiedad podrá venderse o redimirse, sea hombre o animal o campos de su posesión. Todo lo consagrado será cosa santísima para Yahweh” (v. 28). Si hemos rendido nuestras vidas al Señor, ya es para siempre. No hay vuelta atrás. Lo hermoso del asunto es que llega a ser cosa santísima para Él. Esto es lo que tú eres si has puesto tu vida a los pies del Señor, santísima para Él.
Con esta misma mentalidad, el apóstol Pablo, haciendo eco de la enseñanza de la ley, escribe: “Así que, hermanos, os exhorto por la gran misericordia de Dios a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro servicio racional” (Rom. 12:1). Esta es nuestra ofrenda gozosa al Señor en gratitud por todos sus beneficios tan abundantemente derramados sobre nosotros en Cristo Jesús.