NUESTRA FRAGILIDAD

“Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen, porque él conoce nuestra condición; se acuerde de que somos polvo” (Salmo 103:13, 14).

            El Señor conoce nuestra debilidad. Sabe cuán fácil nos resulta confundirnos acerca de lo que Él quiere que hagamos debido a nuestros propios deseos pecaminosos que entran y nos confunden. Tiene su ojo puesto en nosotros para asegurar que no vayamos divagando por nuestros propios derroteros por equivocación. Nos avisa por medio de ciertos amigos quienes nos dicen la verdad. Pero a veces los evitamos porque ya sabemos lo que piensan. No obstante, trae a la memoria cosas que nos han dicho, y sabemos en nuestro fuero interior que tienen razón.

            Pero si evitamos pensar en lo que nos han dicho y empezamos a razonar las cosas de otra manera, Dios tiene que usar advertencias más fuertes. Posiblemente podría tocar nuestra salud. Aquella fue la primera línea de aviso cuando Israel iba mal (Lev. 26:14-16), y Dios sigue usando esto ahora (1 Cor. 11:30).  Cuando nos encontramos malitos y todo el cuerpo nos duele con fiebre, de repente Dios nos habla y las cosas se aclaran en nuestras mentes y sabemos lo que tenemos que hacer. Dios mismo nos muestra la salida (1 Cor. 10:13). Esta es la misericordia amorosa de Dios. Nos está protegiendo de un grave peligro. Pedimos perdón, hacemos lo que nos ha mostrado que hagamos para salir de nuestras dificultades y Dios nos sana y nos libra; ¡lo único que podemos hacer es alabarle!

Frágiles hijos del polvo, tan débiles como frágiles,

En Ti confiamos y encontramos que no nos fallas;

Tus misericordias, qué tiernas, qué firmes hasta el final,

Nuestro Hacedor, Defensor, Redentor, y Amigo.

                                                           Robert Grant, 1779-1838

Tal como un padre nos cuida y libera,

Bien conoce nuestra débil humanidad,

En sus manos suavemente nos lleva,

Y nos rescata de todos nuestros enemigos:

¡Aleluya! ¡Aleluya!

¡Qué ancha fluye su misericordia!

                                                           Henry Francis Lyte, 1793-1847

            A lo largo de un día esta estrofa del último himno iba por mi cabeza mientras miraba al Señor confiando en que Él iba a efectuar un rescate. Sabía que era el Espíritu Santo cantando en mí, anticipando la obra que el Padre en su misericordia iba a hacer. Todo el día, las líneas se repetían mientas esperaba a ver lo que iba a pasar. No fue hasta el final del día que supe cómo Dios había obrado para librarnos de una situación muy complicada. El Señor conoce nuestras buenas intenciones y nuestra propensión a confundirnos, y en su compasión nos libra de la trampa del enemigo para que no triunfe sobre nosotros. Alabado sea el Señor por su gran amor.