“Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha” (Is. 62:1).
Esta es la visión que ocupa los últimos capítulos del libro de Isaías: la salvación y futura gloria de Israel. Es la pasión del profeta, su tema de oración y el deseo ardiente de su corazón. Para que Israel alumbre el mundo con la gloria de Dios, hace falta un Salvador. La salvación transforma y glorifica. ¿No es este el mensaje de toda la Biblia, la perdición de hombre, su necesidad de salvación, y la gloria de Dios en obrarla? Nosotros que vivimos después de Cristo comprendemos con mucha más claridad estas maravillosas profecías. También anhelamos su cumplimiento completo. ¿No vamos a clamar a Dios hasta que vuelva nuestro glorioso Salvador para transformar este ruinoso mundo en un paraíso de justicia? “¡Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha!”.
Los capítulos 59 a 61 explican el contenido de la visión. Israel está mal: “Pereció el derecho. Y (Dios) vio que no había hombre, y maravilló que no hubiera quien se interpusiese; y lo salvó su brazo, y le afirmó su misma justicia” (59:15, 16). El Salvador es Dios mismo. En el versículo siguiente tenemos las dos venidas de Cristo. No es de sorprender que Israel no reconoció en Jesús de Nazaret su Mesías: “Pues de justicia se vistió como de una coraza, con yelmo de salvación en su cabeza; tomó ropas de venganza por vestidura, y se cubrió de celo como de manto, como para vindicación, como para retribuir con ira a sus enemigos, y dar el pago a sus adversarios” (59:17, 18). La salvación y el juicio vienen justos. Jesús tuvo que explicar a sus discípulos que el propósito de su primera venida solo era para traer salvación y que volvería para traer juicio. Solo el Espíritu Santo pudo abrir su entendimiento para que comprendiesen que su Mesías es Dios en forma humana y que el Salvador sería el Juez de las naciones.
Sion será glorioso: “He aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria” (60:2). Israel será próspero: “Entonces verás, y resplandecerás; porque se haya vuelto a ti la multitud del mar, y las riquezas de las naciones hayan venido a ti… y te llamarán Ciudad de Jehová, Sion del Santo de Israel” (60:5, 14). Israel volverá a su tierra: “tus hijos vendrán de lejos, y tus hijas serán llevadas en brazos” (60:4). “Yo Jehová, a su tiempo haré que esto sea cumplido pronto” (60:22). En el capítulo siguiente tenemos la venida del Mesías. La gloria de Israel y la venida del Mesías están entrelazadas. Él mismo habla: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre me, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel” (61:1). Los salvos “serán llamados árboles de Justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. Reedificarán las ruinas antiguas, y los restaurarán las ciudades arruinadas (61:3, 4). “Y vosotros seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros de nuestro Dios seréis llamados; comeréis las riquezas le las naciones, y con su gloria seréis sublimes… Jehová hará brotar justicia y alabanza delante de todas las naciones” (61:6, 11). Esta es la visión gloriosa. No dejemos de orar hasta que Dios lo haga realidad.