“Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha” (Is. 62:1).
Como el profeta, no dejaremos de orar hasta que Dios no haya cumplido todas sus promesas para Israel. Su propósito desde el principio fue que Israel fuese luz a las naciones, por medio de la gloria de Dios obrando su salvación y restauración, y que esta salvación llegase a todas las naciones de mundo por medio de Israel. Israel creía que sería glorioso entre las naciones con gloria propia, pero nosotros sabemos que su gloria sería la de su Mesías, y que Él sería no solo el Salvador de Israel, sino el de todo el mundo. Aunque su pueblo ha sido infiel, el propósito de Dios no ha cambiado. A pesar de todo, Dios hará aquello que ha determinado. La fe es creer estas promesas y vivir de acuerdo con esta convicción.
Leyendo estas profecías es fácil comprender cómo los judíos esperaban a un Mesías que restaurase el reino a Israel y que la hiciese el centro del un mundo de paz y justicia. Los discípulos todavía no tenían la cronología de los eventos claros después de la resurrección. Preguntan a Jesús: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6). Es la pregunta clave, la promesa de los profetas y el deseo de todos los judíos. ¿Cuándo será? ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar? ¿Por qué ha tardado tanto? Nosotros ahora comprendemos que ha demorado porque el pueblo de Dios no se compone solo de Israel, sino que se ha hecho extensivo a todas las naciones del mundo, a todos los que se incorporan en Cristo para llegar a ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12). Lo que Dios está haciendo ahora es añadir a gentiles a su pueblo santo, está edificando su templo, la iglesia de Cristo, compuesta de piedras vivas de todo el mundo. Dios ha demorado el retorno a Cristo para que el evangelio pueda llegar a todos los países y espera hasta que se salve la última persona que tiene que convertirse en piedra viva en su tempo. Entonces descenderá Cristo del cielo en toda su gloria y sus ángeles con Él para inaugurar el esperado reino. Esta es la historia del mundo. Dios lo ha prometido y el profeta no guardará silencio hasta que no se cumpla, y nosotros añadimos nuestras voces a su impaciente clamor: “¿Hasta cuándo Señor? ¿Cuándo restaurarás al reino al Israel de Dios?”.
Esta es la introducción al final de Isaías. Todo está profetizado, ¡hasta cielos nuevos y tierra nueva! Leer Isaías es como leer Apocalipsis. Lo hemos resumido. Ahora vamos a leer los capítulos finales de este magnífico libro con un poco más de detenimiento.
El profeta empieza con la conclusión. Ha visto la visión gloriosa y responde diciendo: “No callaré hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha” (Is. 62:1). Israel será glorioso con la misma gloria de Dios. Su justicia será visible al mundo entero: “Entonces verán las gentes tu justicia, y todo los reyes tu gloria” (v. 2); “Serás corona de gloria en la mano de Jehová” (v. 3). Es hermoso ver el final por los ojos de la fe cuando el presente está tan lejos de lo prometido. Nuestro Dios es el que va a transformar el presente desastre en gloria. Y esta visión es lo que nos sostiene mientras tanto.