“Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra” (1 Reyes 18:21).
El pueblo estaba bien endurecido. Su fe en Dios era casi nula. Miraban a Elías con ojos desafiantes. Casi le estaban pidiendo que demostrase que Dios era real. Elías no buscó esta situación. Le vino dada. Se vio obligado a mostrar que Jehová era Dios y que Baal no era nada. Cuando ellos no tuvieron fe en la realidad de Dios, se tuvo que demostrar por medio de la suya.
Nosotros no exigimos milagros de Dios. A veces nos encontramos en situaciones que no son de nuestra creación, cuya única solución es que Dios haga un milagro. Nos obligan a poner nuestra confianza en Él y creer que Dios hará algo extraordinario. La gente estaba pidiendo evidencias. Elías tuvo fe y esta fe le puso en un compromiso muy grande. O bien Dios respondía, o bien parecía que Dios no existía y su profeta quedaba como embustero, un fanático loco. La reputación de Dios y de su profeta estaban en juego. Elías dijo: “Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan [los profetas de Baal] uno, y córtenlo en pedazos, y pónganlo sobre leña, pero no pongan fuego debajo; y yo prepararé el otro buey, y lo pondré sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho” (v. 23, 24). Elías quedó bien comprometido. Si Dios no respondiese, él tendría que reconocer que no existía y que él era un falso profeta.
¡Con lo fácil que habría sido encender el holocausto con una cerilla! Tantas veces nosotros queremos hacer la obra de Dios para Él. Abraham se cansó de esperar y consiguió un hijo por medio de la esclava. ¿Por qué no resolver nuestros problemas con nuestros medios? Esta es la tentación. Se puede hacer, pero no cuando el nombre de Dios está comprometido. Si ya hemos dado fe en que Dios obrará, tenemos que resistir la tentación de meternos. Si es una situación en que la única solución viable es que Dios haga un milagro y tenemos la convicción que hacemos bien en pedírselo, así dándole la oportunidad de mostrar su gloria, tenemos que esperar con fe en que Dios obrará.
Elías tuvo muchas horas de espera hasta que no le tocase su turno. ¿Qué pensamientos habrían pasado por tu cabeza si hubieses estado en su lugar? Pues, sabemos que durante la espera su fe se fortaleció, porque, cuando le tocó, lo primero que pidió es que echasen doce cántaros de agua sobre el holocausto. No podemos bajar fuego del cielo, pero sí podemos “poner todo la carne en el asador”, afirmar nuestra fe. En lugar de echarle una mano a Dios, se lo hacemos aun más difícil. ¿Dios nos fallará? ¿No defenderá su santo nombre? “Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú era Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Entonces cayó fuego de Jehová y consumó el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja” (v. 36, 38). ¡Elías se lo hizo más difícil, pero Dios hizo más de lo que Elías le pidió! Dios defiende la gloria de su nombre y responde a nuestra fe con creces.