“Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mat. 6:10).
Andrew Murray en su libro clásico, Esperando en Dios, dice lo siguiente: “Toda nuestra relación con Dios está gobernada por el hecho de que su voluntad ha de ser hecha en nosotros y por nosotros, como lo es en el cielo”. Alunas veces esta voluntad viene claramente delineada en las páginas de las Escrituras, y no hemos que preguntar cuál sea, porque ya ha sido revelada, pero otras veces hemos de buscar el consejo de Dios indagando. Este conocimiento puede venir por el estudio de la Palabra y su aplicación a nuestra situación, o por medio de los siervos de Dios o por lo que ocurre en el transcurso de los días siguientes a nuestra pregunta. Antes de tomar ningún curso de acción, es necesario que esperemos su consejo: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia, reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión” (Prov. 3:5-7) Necesitamos sabiduría y inteligencia espiritual: “No cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Col. 1: 9). Si no sabemos lo que Dios quiere que hagamos, no podemos movernos. Hemos de esperar hasta que Dios nos revele su voluntad.
De Israel se dice: “Bien pronto echaron en olvido sus obras; no esperaron su consejo” (Sal. 106:13, BTX). No esperaron su consejo. Andrew Murry señala que fue precisamente este error lo que trajo consecuencias trágicas para los israelitas cuando entraron para poseer la tierra en tiempos de Josué. Se precipitaron. No esperaron el consejo de Dios. Siguieron el consejo de los hombres sin consultar a Dios.
Josué envió unos hombres a espiar la región alrededor de Ai. Los espías confiaban en la capacidad de Israel para derrotar a este pequeño pueblo. Ya que habían conquistado la gran e impregnable ciudad de Jericó, Ai sería presa fácil. Creían que no les constaría nada, que eran más que capaces. Estimaron que son solo 2.000 o 3.000 soldados fácilmente la conquistarían. Pero fueron derrotados. Si hubiesen esperado el consejo de Dios, les habría dicho que para tener victoria primero tenían que quitar el pecado del campamento.
Después de la terrible derrota Josué buscó a Dios para averiguar la causa: “Entonces Josué rompió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas. Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! Los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?” (Josué 7: 6-9). Esta fue la verdadera preocupación de Josué, la gloria de Dios, su grande nombre. Cuando somos derrotados el nombre de Dios es echado por tierra. Por este motivo tenemos que ser diligentes en buscar su consejo, porque sin ello, el enemigo nos vence y el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por nuestra causa.
Dios le reveló la causa de la derrota, como lo tenían que rectificar. Después de quitar el pecado de en medio, Dios, en su misericordia, les explicó el plan de ataque para volver a luchar y esta vez conseguir la victoria. Y así fue. El consejo de Dios nos conduce a la victoria en Cristo.